Es casi la medianoche. Nada más salir de casa despierto al gato que duerme sobre el capó para hacer fotos de unos carteles que me han hecho gracia. Hace un rato que he terminado de trabajar y ceno algo rápido. Y vuelta a empezar, porque comienza una huelga. Eso, en mi mundo, significa el doble de trabajo, cumplir con el ritual de todas las ocasiones, piquetes, banderas, gritos, policías, manifestaciones, pegatinas. Bastante más previsible que los ganadores del Planeta. Me abrigo, hace viento y la noche es siempre una caja misteriosa. Amenaza lluvia y sopla un viento fuerte. Preparo música para la ronda nocturna, desde los accesos de Mercavalencia a la EMT, pasando por un sinfín de calles desiertas sobre las que, en algún punto, refleja la luz azul de una sirena. Eso es todo.
Voy con Juan Antonio, compañero de noches y piquetes. El trae los bocadillos y yo pongo la banda sonora. Le enseño cómo suena The disappointed de XTC (All shuffle round in circles, their placards look the same, with a picture and a name of the ones who broke their hearts…). Todo ese barullo de banderas y consignas me deja indiferente. Me dejo llevar por la música. Pienso en cúanto trabajo cuesta hacer algo tan bello. Y en que yo, con un profundo respeto, soy feliz después de tanto tiempo sin dormir. Cinco horas después vuelvo a casa. El gato ya no está. Ni la música. Un policía bosteza en la esquina.