La ciudad que no quiso ser

Un recorrido por el paisaje alterado de Valencia, modificado en nombre de ese progeso incierto de las inversiones superlativas. Esas que en los años de prosperidad trajeron obras y promesas que dejaron una huella sólida, incompleta, rota o simplemente pasaron sin rastro porque nunca dejaron de ser unas líneas escritas por un gabinete de comunicación en un papel que leyó un político. Barcos, bólidos, edificios. Seres humanos. Cientos de millones (los que sean, quién lo sabe con precisión) que permanecen entre nosotros transformados en monumentos fantasmas, en solares cubiertos de basura, en habitantes de los límites que otros trazaron en nombre de su progreso, como aquellos golpes que se dan por tu bien. Es una visión de Valencia. Aquella que no quiso ser aunque se empeñaron, y cómo, en que lo fuera.

La entrada a Nazaret, un barrio para el que se habían prometido millones en inversiones urbanísticas, bulevares, calles, una línea del metro
Bienvenidos. La entrada a Nazaret, un barrio para el que se habían prometido millones en inversiones urbanísticas, bulevares, calles y una línea del metro que lleva años paralizada. Sigue siendo un territorio de nadie separado por barreras.

Adela, Ana y Coral juegan en una calle de Nazaret, en un solar vacío sobre el que se van acumulando los trastos.
Familia numerosa. Adela, Ana y Coral juegan en una calle de Nazaret, en un solar vacío sobre el que se van acumulando los trastos. Al principio, su tío me vigila; luego me deja jugar con las niñas y duda cuando le pregunto cuántas personas viven en la casa que aparece al fondo.

Cerca de la Ciudad de las Ciencias me encuentro a Paco
Un hombre entre los matorrales. Cerca de la Ciudad de las Ciencias me encuentro a Paco. Acabo de pasar por los restos humeantes de la típica cocina de vagabundo, unas brasas sobre dos ladrillos y unos cacharros ennegrecidos por las llamas, restos de ropa y cañas quemadas. Al fondo, entre la espesa maleza que rodea la pretenciosa y hueca Ciudad de las Artes y las Ciencias, veo a un hombre recoger ramas.

Entre las cañas
Un refugio frágil. Entre la espesa vegetación, con telas, mantas, cortinas…Paco ha construído su hogar. Todo está limpio y ordenado sobre un suelo de grava blanca donde, en una tumbona se sienta a leer. Ahora está con «El bandido adolescente» y «Causa de muerte, la historia de la ciencia forense». Me pide que no fotografíe su dormitorio, un prodigio de aprovechamiento del espacio, ni su rostro, porque una historia triste jodió su vida (era camionero en Palencia y causó un accidente en el que hubo víctimas mortales). Tiene un amigo que le trae todos los días una bolsa de comida con alimentos a punto de caducar del supermercado en el que trabaja. Por la noche sale «a pasear».

Una habitación con vistas
Una habitación con vistas. La puerta de la minimalista vivienda de Paco me llega a la altura del pecho. Una manta sujeta con pinzas es la entrada desde la que se divisan los pisos superiores del Centro de Investigación Príncipe Felipe.

Paisaje desde la chabola de Paco.
Otro paisaje desde la chabola de Paco. Una de las «espectaculares» vistas desde la chabola de Paco con las piezas de hormigó que iban a completar el inútil Ágora de Calatrava. Ni se pusieron ni se pondrán, pero ocupan un solar vigilado.

Banderas rotas.
Banderas rotas.Veintiún mástiles para cuatro banderas, las anteriores quedaron rotas por el abandono y el viento. La explanada de acceso al edificio que iba a ser el emblema de la investigación de vanguardia muestra una hierba seca y plásticos azules que cubren desperfectos para cuyo arreglo ya no hay dinero. Dentro el drama es peor, investigadores despedidos, emigrados o que recorren los platós de televisión para recaudar fondos.

La destrucción.
La destrucción. La codicia urbanística ha creado una auténtica zona cero en el barrio del Cabanyal, uno de los más valiosos de la ciudad. See pretendía el derribo de las viviendas de unas 1.600 familias. Algunos se han llevado a cabo, otros no. Mientras, el barrio languidece atrapado en un conflicto legal y social que parece interminable, con edificios derruídos, abandonado a su suerte, degradado por el abandono institucional, el bloqueo urbanístico y el tráfico de drogas.

En la frontera.
En la frontera. Adoración tuvo durante cincuenta años una tienda de ultramarinos en el número 76 de la calle del Progreso, esquina con la calle Pescadores, en el límite con la franja que teóricamente habrá de ser demolida. Desde su ventana, rodeada de casas ocupadas por población marginal (en su mayoría gitanos rumanos) asiste impotente al abandono del barrio y a la constante compraventa ilegal de todo tipo de mercancías. Vive con su marido, pero está contenta, dice con rostro de resignación, porque sus hijos han logrado salir del barrio.

Las instrucciones del jefe.
Las instrucciones del jefe. Pasan unos minutos de las siete de la mañana. Un grupo de hombres espera ante la puerta de una vieja vivienda ocupada, van arreglados y bromean conmigo al ver la cámara de fotos, esperan para hablar con alguien que, de pronto, en calzoncillos y chanclas sale para darles un par de instrucciones que suenan a órdenes militares. Mi presencia ya no es bien recibida. He de salir corriendo cuando el jefe escucha el sonido del disparador de la cámara, aunque pongo cara de «ha sido sin querer». No le convence.

Paisajes de El Cabanyal
Paisajes de El Cabanyal

Paisajes de El Cabanyal
Paisajes de El Cabanyal

El fantasma de hormigón.
El fantasma de hormigón. Y el fútbol, ¿qué se puede decir del fútbol?…el nuevo Mestalla, un estadio que iba a ser capaz de acabar con los adjetivos calificativos y, a su modo, lo ha logrado. Permutas, inversores, bancos, solares, grandiosos proyectos…años de una mole de hormigón que duerme abandonada y asoma hacia la avenida. Otro símbolo silencioso e indestructible de la codicia, que emplea materiales que hacen longevos los desatinos.

Tomás sale de su dormitorio
Tomás sale de su dormitorio. Es polaco y no acaba de hablar bien castellano, aunque lo suficiente para explicarme la historia que ya sé. Quedé con él otra vez y en esta ocasión olvidé traer el tabaco que prometí, así que le doy unos euros para el desayuno y el vicio. Por las noches duerme, como otros, en las bases abandonadas de los lujosos veleros de la Copa América 2007, aquella que llenó de lujo y millonarios la ciudad (o eso decían) y que dejó en herencia esos surrealistas garajes de naves que ahora se resquebrajan bajo el picante sol mediterráneo. Tomás se ríe porque llevo unas gafas de Prada que él nunca podrá comprar y me dice adiós mientras me recuerda que a él, al menos, esa marca de lujo le ofrece gratis un techo de pobre.

La entrada de la base del equipo sudafricano Team Shosholoza, que tomó parte en la Copa América de Valencia.
La entrada de lo que fue la tienda de la base del equipo sudafricano Team Shosholoza, que tomó parte en la Copa América de Valencia.

El asfalto de los campeones.
El asfalto de los campeones. El 24 de junio hará un año del último gran premio de Fórmula 1 en Valencia. Ganó Alonso y dice que la carrera fue espectacular. Costó a las arcas públicas unos 40 millones de euros, una cifra nada despreciable para los tiempos que corren. Todavía permanecen en el asfalto las huellas de las neumáticos de Alonso, de Raikkonen o Schumacher. Pienso cuánto valdrá cada uno de esos frenazos que completan el paisaje con los desatinos megalómanos de Santiago Calatrava como fondo. Suma y sigue. El gato se para y me mira. Sale de algún rincón, como si me hubiera leído el pensamiento.

El horizonte desolado
El horizonte desolado.Un camión abandonado, o aparcado por un tiempo indefinido. Las vallas del circuito, un hombre que pasea a su perro hacia un límite artificial creado para separar a los coches de los hombres, un paisaje triste.

4 respuestas a «La ciudad que no quiso ser»

  1. Charo ¿Cómo estás? aquí te mando unas instantáneas de la «bella Valencia». Si me dedicas un minutito más verás para que están sirviendo las «antiguas» bases de los Equipos de la Copa América. ¡Tan pobre como estéril! que algunos «pensemos» para sacárles a Ellos ( El partido Popular) las castañas del fuego… ¡¡Deprimente!!

    Por cierto, el día que dije que te llamaría te llamé pero debiste desconectar. Entendí que estabas cansada. O más sencillo: ¡¡no tenía ganas de hablar conmigo!! Ningún problemas. Ya sabes que no me gusta ni siquiera pensar que pueda ser «un pesado» del que tengan que huir!!!!
    Buffffff ¡insoportable para mí!!!!

  2. […] Reportaje fotográfico sobre la arrasadora huella que la pre-crisis dejó en Valencia […]

  3. excelente reportaje de la sin razon y la barbarie especulativa,….

  4. Desde luego un gran trabajo, un reportaje que muestra la realidad que nadie quiere ver o afrontar. Vivo a dos minutos a pie del puerto y conozco bien el cabanyal, así que me parece que este reportaje plasma de una forma más que exacta la situación. Siempre he vivido en el mismo sitio y ver como han dejado que un barrio como el cabanyal muera poco me duele muchísimo, mi abuelo vivía en él y recordar los paseos infantiles junto a él y pasar de nuevo por las que se supone son las mismas calles es triste, ya que están destrozadas, plagadas de solares y drogas, y edificios hermosos que se deshacen por el paso del tiempo y el olvido… Y el puerto, ¿qué se puede decir nuevo? Sólo que ver toda esa arquitectura que sólo se utilizó una vez y que ahora se oxida y cae en el olvido… Cada vez que la miro no veo edificios, veo fajos de millones de euros que, la erosión y el salitre están dejando inservibles, pero sobretodo, este gobierno valenciano que ha decidido olvidar que nos ha robado lo que es nuestro y nos deja languidecer como bestias malheridas e impotentes.

    Gracias por este maravilloso reportaje. Un saludo.