Replay

I would prefer no choice
One bread, one milk, one food, that’s all
I’m confused, I only want one truth
I really don’t mind being lied to

All is vanity
Manic Street Preachers

Llevo horas con esa canción golpeando mi cabeza. Hace mucho calor. Una pareja se abraza en una sombra cuando me acerco al hotel en el que una vez al año tiene lugar una reunión de tatuadores y gente de este mundillo. Ya escribí sobre mis sensaciones al respecto el año pasado y sé que, a grandes rasgos, la historia se va a repetir; aunque no encontraré a aquella maravillosa mujer de ojos felinos.

Pero este trabajo es así. Hay que volver una y otra vez. A una piel nueva y vieja, con marcas o sin ellas. Las palabras se repiten. Las imágenes tal vez no. Como la canción, que siempre suena con otros matices. Cuando salgo anochece, la pareja ya no está. Fotografío a una mujer embarazada y pienso en ese bebé de seis meses que duerme bajo el tatuaje de la polilla que ilustraba el cartel de El silencio de los corderos, basada en un retrato que Philippe Halsman hizo a Dalí y que lleva por título In Voluptas Mors. La vida y la muerte, también siempre unidas.

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