Fotografías tomadas en la feria de Fallas de Valencia los días 13, 14, 15, 16 y 19 de marzo
Una madre fotografia a sus hijos ante el animal mientras los matarifes hacen su trabajo. Luego pregunta «¿Queréis que vayamos ahora a ver a los caballitos?». El jefe de ese lugar, o el que lo parece, me empuja porque he traspasado una línea imaginaria mientras dice: «Con que tú estés aquí yo no gano nada». Le muestro el dedo corazón de mi mano izquierda. El olor de su boca desdentada, el olor de su camiseta, la sangre resbalando bajo mis pies, la madre y el sol cruel.
Un círculo dibuja un mundo de ficción y muerte. Soy testigo, tan solo. Veo, observo, disparo, callo y me voy en silencio, esquivando a tipos de perfumes caros. Un círculo trazado al azar. Una multitud que entra y sale; cumple un ritual. Pasa la tarde. Me pregunto qué hago en medio de este barullo en el que aparecen los niños y los viejos como marionetas. Hace un tiempo, en un lugar lejano, sentí algo mientras un hombre toreaba. Ahora apenas puedo revivir ese recuerdo.
Un señor enciende su enésimo puro, una vara enorme y apestosa que pasa como una emanación radioactiva frente al objetivo de la cámara. Ellas intentan ir guapas, ellos parecer interesantes. Expresan sus opiniones sobre esto y aquello. El natural, los tercios, pícalo más o pícalo menos, jalean a sus ídolos, se ríen de los miedos, sácalo a los medios, ahí, arrímate, música, ole (y a veces olé), pitos al presidente, mira qué buena está aquella de rojo. Un circulo que cae de una herida y deja una mancha.
Estoy aquí en busca de algo. Son las cinco de la tarde. Podría ser otra cualquiera. Un anciano me ofrece su tarjeta porque ha visto no sé qué foto mia en el periódico que quiere comprar. En ella reza: «Fulanito de tal, aficionado a los toros». Los políticos extienden el cuello para ser vistos. Cano dormita sus 102 años en el burladero, el mozo de espadas limpia el estoque en el pequeño lavabo donde flotan nubes rojas. Un círculo se abre y se cierra para dar paso al animal perdido como en un espacio sin salida, corre, embiste, salta, grita y todo es vano. Cae muerto y es arrastrado. Y el reloj vuelve a marcar las cinco o las cinco y pico. Y un círculo se abre y se cierra. Y entra el siguiente animal.
El apoderado comenta el buen tranco de astado, el empresario cuchichea con alguien, un tipo ofrece al maestro unas flores y un bebé, caen objetos, alabanzas, gritos. El trompeta desafina como un principiante mientras ataca Suspiros de España. Al cabo de un rato me apresuro entre el gentío que invade las calles. Donde otras madres y otros padres hacen fotos a fallas, a hombres disfrazados de muñecos, a policías montados a caballo.
Siento una lejana furia retumbar en mi cabeza. Un eco amortiguado. Como de otra vida, de otro lugar.
Una respuesta a «A las cinco de la tarde»
Un trabajo impresionante que aborda una tarde en los toros desde todos los ángulos y sin filtros.