Mis fotografías y mi alma discurren por caminos paralelos. Unas son fruto de la otra. Nada es ajeno entre ellas. Éste es un proyecto personal. Íntimo. Tiene mucho que ver con esa relación y con Vitoria, ciudad a la que llegué, como tantos otros niños de los sesenta, envuelto en los pañales de la necesidad. La historia exterior es tan tópica que la obvio. Permanecí aquí hasta que hube de cumplir con mi propio ritual de desarraigo y dejé atrás, con el fin de la adolescencia, un paisaje en el que se quedaron mi familia y mi espíritu, no el de las narraciones lacrimógenas al uso, sino aquel que me era mi yo, mi identidad, lo que de bueno o malo habite en ella; eso que llaman inocencia, supongo que con propiedad.
Han pasado los años y los golpes, las sucesivas destrucciones de aquel niño que corría por el barrio de Zaramaga, mientras las máquinas comenzaban a asfaltar las calles y a construir un colegio que hoy duerme en el olvido porque sólo los viejos y los muertos del cercano cementerio habitan lo que fue un espacio de frenética actividad vital.
“Low” es un proyecto de reconstrucción personal a través del arte. Donde todavía vive mi familia reside también un paisaje que me resulta cercano y distante al mismo tiempo y en el que trato de hallar mis huellas. Rastreo la piel de la ciudad, las marcas del tiempo en el asfalto, los remiendos, las heridas abiertas, las cerradas, las mal cicatrizadas, las nuevas piedras que cubren a las viejas, el césped artifical que tiñe de verde aquel pedregal de campo de fútbol, los bloques de viviendas que pueblan aquellos campos por los que paseaba de la mano de mi padre, el centro comercial que suple las antiguas forjas, atestadas de obreros sudorosos.
“Low” es una visita guiada en la que el artista es el turista de si mismo, el guía y el visitante. Pero no es una búsqueda trivial, no trata de capturar una instantánea que mostrar como trofeo a sus amigos, sino de encontrar el hilo, el paso, la señal que emitía su espíritu cuando la vida no producía interferencias. En los cielos no quedan rastros. En el suelo, en la asociación de que lo que el artista es y lo que fue, permanecen en cambio grabados los libros de una historia escrita, hasta ahora, con la cabeza baja.
“Low” no es un proyecto abierto ni un proyecto cerrado, es una aproximación a algo que fue de un modo y ahora es de otro, no altera nada, no mueve las piezas, sólo las fracciona en un microcopio emocional a partir de un momento en el que el artista comienza a recuperar la identidad. Y más allá de eso también traza un recorrido por el paso del tiempo, por la superficie de una ciudad que ha sufrido profundos cambios durante las últimas décadas, que ha visto, como tantas otras ciudades, como todas ellas, invadidos muchos de sus espacios por el peso de la presión urbanística y el incremento de los vehículos. Donde antes hubo tierra ahora hay asfalto, donde un tiempo jugaron los críos hoy estacionan legiones de turismos. No es nada nuevo, no son rasgos importantes más que para quienes descubrieron la vida por aquellas periferias del desarrollismo, igual que otros hacen lo propio con las del fin del milenio.
“Low” une, aunque no siempre, las piezas en parejas como se unen en el autor la mirada y el espíritu. Forman estructuras de belleza no premeditada. Esperan dar una señal sobre un camino pasado y dejar otras para caminos futuros, en los que nuevas costuras cubrirán nuevas heridas.
Junto a este recorrido por lo externo, por lo ajeno, el proyecto indaga utilizando formatos más reducidos y el blanco y negro como vehículo, en el terreno íntimo, inamovible, del hogar. En los detalles del espacio privado que, como estructuras superhumanas, permanecen inalterados, similares, sin variaciones significativas en sus texturas. Son un refugio y un punto de partida.