Tomates y anfibios

Lanzarse objetos debe de ser la forma más primaria de comunicación no verbal. También el primer arranque de la guerra, desde las antiguas ciudades sumerias de Lagash y Umma, donde los investigadores sitúan la primera, hasta las intifadas actuales con sus humildes hondas. En realidad llevamos siglos lanzando de todo. Desde piedras a cohetes. Y solo unos pocos con los tomates, si exceptuamos los hábitos de la época del primer teatro shakesperiano, cuando los actores recibían estas hortalizas podridas en sus rostros como pago al aburrimiento de público. Es una forma de protesta que no mata, aunque creo que ha ido perdiendo peso a favor del huevo o, incluso, de la tarta. Pero esto es Buñol, un pueblo valenciano (valenciano y carnal vienen a ser sinónimos) de unos diez mil habitantes, donde el asunto se ha transformado en una de esas fiestas de experiencias únicas. Apoyado en una pared pregunto a un paisano de edad avanzada qué pensarían aquellos conquistadores españoles que en el siglo XVI trajeron la planta a España, pero anda más interesado en contemplar cómo rezuma el jugo rojo por el escote de una muchacha a la que limpia con un chorrito fresco de la manguera con la que el resto del año da alimento a los geranios. Y me mira, desafiante. A fin de cuentas llevo una cámara envuelta en plásticos y una pequeña mochila de Pocoyó (plástico a prueba de guarderías) con mis pertenencias terrenales más preciadas. Llueven tomates como llovían ranas en Magnolia. Y al pensar en los anfibios me despido del paisano tarareando Goodbye Stranger. Aquellos antiguos sumerios tuvieron peor suerte y no pudieron pasar la tarde (parece ser una ocupación de hombres) regando las robustas carnes australianas y las frágiles humanidades llegadas del lejano oriente.

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2 respuestas a «Tomates y anfibios»

  1. -Das Perfum- von Tomaten

  2. Llevo tres duchas y Das Perfum permanece