Cave canem

Vila Capra, La Rotonda. Vicenza

A menudo los recuerdos más interesantes de nuestras vidas van anclados a detalles y personajes secundarios

Esta imagen siempre me ha transmitido paz. El perro es un chucho cualquiera, aunque a ellos les importa un pimiento todo nuestro afán clasificatorio porque no necesitan ser nada más que lo que son. No se juzgan por su aspecto ni su tamaño. Viven en un presente infinito y les va mejor así. En cambio, el lugar donde duerme con esa placidez contagiosa no es un sitio cualquiera sino la entrada de Villa Capra, conocida popularmente como La Rotonda, la obra más famosa del gran arquitecto renacentista Andrea Palladio, levantada a las afueras de la ciudad de Vicenza, uno de esos lugares que por fortuna quedan fuera del radar las rutas turísticas. Recuerdo que era una tarde calurosa de agosto y me senté en un banco a la sombra de un pequeño bosquecillo desde el que se puede contemplar con la calma precisa el maravilloso equilibrio estético de la casa, uno de esos prodigios de la belleza que nos reconcilia con las maldades de lo mundano. Y allí estábamos, el perro dormido y yo. Uno pensando en la magia de las proporciones y el otro no sé, en lo que sueñen los canes. Fue un momento perfecto en el que todo se paró. Uno de esos instantes que quedan grabados en tu recuerdo, en los que imaginé a los visitantes de la villa, elevada sobre una suave colina, abierta a los cuatro puntos cardinales, personas elegantes sujetando sus copas en uno de los pórticos, charlando despreocupados como en tantas otras fiestas. seres lejanos que se apoyaban en las esculturas de Rubini, rostros que competían en belleza con los frescos de Canera. Tantas maravillas reunidas entre los ilustres muros, una ensoñación exclusiva para un viajero cansado y un perro vago. Un animal al que recuerdo con la misma emoción que me causó tan hermoso lugar.