Cómo ir a tomar un café y acabar denunciando a dos policías

Una de las cuatro imágenes que pude tomar antes de que me quitaran el teléfono

Valencia. Barrio del Carmen. El pasado domingo bajé al bar a tomar un café. Soy de bar. Otra gente es de cocina, cada uno es de lo que quiere. Es raro que no lleve alguna cámara, pero estoy de vacaciones y solo buscaba una pausa breve de media mañana después de dar el desayuno a las niñas y sacar al perro a liberar sus opresiones. Me encuentro, después de la cafeína, con un par de patrullas de la Policía Nacional deteniendo a dos personas. Tomo el móvil y comienzo a fotografiar lo que ocurre mientras me acerco. Uno de los policías, eran muchos o me lo parecieron, un tipo cuyo brazo en reposo es como mi muslo en tensión, me arrebata el teléfono y se niega a devolvérmelo. Le explico que soy fotógrafo de prensa. A él y a todos los que se interesan por mis reclamaciones, pero no hay manera. Les digo que están comentiendo una ilegalidad, que están vulnerando varias leyes, una de ellas referida a un derecho fundamental (el de la información). Nada.

Una de las cuatro imágenes que pude tomar antes de que me quitaran el teléfono

Una de las cuatro imágenes que pude tomar antes de que me quitaran el teléfono

Me ofrezco a ser detenido (si estoy cometiendo un delito es lo pertinente) y el poli de los brazos hercúleos me invita a que le agreda (no te jode, pienso) y su jefe (el típico calvillo que va de simpático) a que borre las fotos si quiero recuperar el teléfono. A todo esto, claro, no puedo hacer mi trabajo. Me quedo sin móvil, incluso después de mostrar todos los carnés que encuentro (entre ellos, el de las Cortes Valencianas, que me permite acercarme a Camps y uno del Ayuntamiento de Valencia para retratar a Rita, vamos que son fetén y llevan hasta mi careto estampado). Ah, y en la denuncia firman dos de los tipos que dije que son «una policía opresora y que iba a subir los vídeos a Youtube». No tengo ni cuenta. Y es raro, la verdad.

El segundo episodio tiene lugar en la puerta de mi casa. Primera hora de la tarde. Vienen dos maderos muy maqueados en un coche patrulla. Les invito a subir pero no quieren café. Tampoco quieren conversación. Dicen que les han mandado a que me digan que el teléfono que «he perdido o me han robado» puedo ir a recogerlo a una comisaría que está en la otra punta de la ciudad. Todo facilidades. Les cuento que el chisme me lo han quitado ilegalmente una compis suyos y bla, bla, bla…pero uno de la pareja, con aspecto un poco más maduro para su edad, me rebate que el móvil me lo pueden incautar; lo sabe porque «lo he leído por internet» (sic). Apunta mi nombre y mi dni con un lápiz en un trozo de papel arrugado, se ve que están a la última en tecnología. Me tranquiliza saber que mis datos van a ir dando tumbos en la guantera del coche patrulla.

Después, en las dependencias policiales, a las que acudo bajo la lluvia pensando que voy a recoger el cacharro, me encuentro con que me leen mis derechos (ahora en realidad no te los leen, te los dan por escrito…y eso es un bajón), se me imputa una falta de desobediencia. No me explican mucho más. Que he desobedecido y punto. En resumen, me convierto en noticia. Intento tomarlo con sentido del humor. Lo hago porque creo que es lamentable que gente de este tipo ande por la calle con un uniforme de funcionarios de la ley. Y si dejara de creerlo dejaría este oficio. No tengo miedo. Soy un ciudadano protegido. Esta es una cuestión de principios para un periodista. Y me hace feliz pensar que puedo plantar cara por aquellos que no tienen esa posibilidad y también comprobar que trabajo en un medio de comunicación que me respalda.

Ahora bajo a tomar café con cierta desconfianza. No sé cómo me mirará la camarera si desayuno abrazado a mi voluminoso equipo prefesional. Pero es que nunca se sabe, esa es la verdad. Esto es Valencia y la calle está llena de sirenas.

  • 6 julio, 2011