De héroes y niños

Hay cosas sobre las que resulta imposible escribir, historias cuyo peso abruma de modo que las palabras pelean por huir, incapaces de ser fieles a la realidad. Comenzando por el intento de explicar quién es Paco Cabanes, Genovés, y de contar aquella mítica partida jugada hace veinte años contra Álvaro y considerada, sin eufemismos, la del siglo. Y por la cruel enfermedad de Empar, su nieta, afectada por el síndrome de Treacher Collins. La niña por la que ha vuelto al trinquete, aunque sea por unos minutos, con una costilla dolorida por una reciente caída y muchos más achaques de los que se pueden explicar de un modo sencillo. Aunque habría que decir que él no es hombre normal, sino extraordinario. Alguien con un don. Un tipo que tira a la papelera los naipes (se emplean, en trozos, para proteger los dedos) si son del palo de oros.

Paco es un hombre afable. Se ríe de mi, con razón, cuando me quejo del menisco de mi rodilla derecha y me dice que me la cambia por la suya sin mirar. Se deja marear por los niños, posa para un par de chiquillos que juegan desde hace años, les ofrece un refresco a cambio de cortar tiras de esparadrapo para sus maravillosos dedos rotos por el juego, para esas manos nacidas para acoger una pelota. Una pequeña, Marta, contempla asombrada al héroe mientras se arregla en compañía de su hijo en un destartalado vestuario mezcla de oficina y gimnasio en el que corre el escaso aire de la tórrida noche de Massamagrell. Le ayudo a ponerse la camiseta, una reproducción de la de hace dos décadas. La piel empapada se pega a la tela. Luego rebusca en la bolsa hasta hallar una pelota y se aleja por el pasillo haciéndola botar.

Abajo espera mucha gente y cuando él y Álvaro entran son recibidos con unos aplaudos conmovedores. También la pequeña Empar. También el tiempo, que se para y vuelve atrás. Veinte años. Los que lleva Paco retirado de estas guerras, los que deja para que su hijo ofrezca contre el león de Faura el espectáculo que sus huesos ya le prohíben y el público celebra con prolongadas ovaciones.

Y yo, que no soy de ninguna parte, me siento cerca de este lugar donde los héroes quiebran el tiempo para jugar con los niños.

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Una respuesta a «De héroes y niños»

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