Despertares

Se avecinan esos días terribles. Cuando parece quedar clausurada la temporada, pululan los niños como moscas una vez llegado el horario estival, y nuestras vidas entran en una especie de modorra comunitarias. Los costeños, al contrario que los osos, pasamos el letargo durante los calores. Nos metemos en un recipiente fresco y si te he visto no me acuerdo.
Se avecinan días terribles por asuntos que nos atañen a todos, seamos de aquí o de allá, y eso nos va a mantener en vilo. Y también días de fiesta. Que ahí es donde somos una potencia mundial. Bueno, no hacemos mal los azulejos y nos salen un montón de naranjas de la tierra. Pero, dicho todo esto, que no es mucho, tal vez no sea nada, no consigo quitarme a Joan Ignasi Pla de la mente. El cerebro tiene esas cosas. Se levanta uno un sábado pensando en eso. Otros días planeas lo que vas a hacer, maldices tu mala memoria porque no encuentras tus calcetines favoritos, se han terminado los cereales con chocolate o se te ha colado una camiseta blanca en la colada de color.
Llevó un par de horas intentando expulsar de mi mente a Pla y el tío se resiste como un campeón. No sé qué hace ahí, ni quién le ha invitado, pero se me ha instalado como un liquen. Y todo porque me pongo en su lugar. Les das el dedo y se te comen el brazo, ya se sabe. En su sitio, lo mejor, es dejar vía libre. Este tedio socialístico es insoportable. Se lo digo, “Joan Ignasi…abandona mi lóbulo frontal”. Pero como si nada. Y le insisto. Entonces me ataca la Escudero con un teléfono móvil chapado de cristales de swarovski mientras Colomer me suelta un rollo sobre la paz y el talante entre las tribus del sur del Indostán donde, por lo visto, son muy apreciadas.
Les digo que de eso no se nada. Que yo estaba tranquilamente esperando la llegada de la hibernación estival costeña y, de pronto, se me ha ocurrido que si yo fuera él me subiría a un tren o a un avión. Pero, vamos, que tampoco tiene el asunto mayor relevancia y no se lo han de tomar como algo personal.
A fin de cuentas, ya estamos acostumbrados a perder el hilo de todas las conversaciones sin que se nos note demasiado.