El mundo de los hombres sin rostro

You cannot run faster than a bullet
Idi Amin

Una bala enorme rompe la barrera del sonido y acto seguido, a unos cientos de metros, un pequeño conejo corre atolondrado en busca de un refugio. El impacto del proyectil levanta unas chispas visibles con la luz de la tarde. El tirador recibe la noticia, ha fallado por unos centímetros el objetivo, una chapa metálica, situado a un kilómetro de distancia. Las pulsaciones del conejo se estabilizan, seguro en su agujero, porque el asunto no iba con él. Mientras, el soldado repasa los cálculos, la velocidad del viento, temperatura, presión atmosférica, peso de la munición. Ha corrido antes de empuñar el fusil, también ha hecho unas flexiones bajo el calor árido del campo de tiro, una montaña pedregosa y polvorienta, trata de respirar de forma profunda y pausada para que el oxígeno llegue mejor al cerebro y los músculos resistan la tensión. El tiro levanta una nube alrededor del fusil Barrett, pequeñas piedras y ramas salen proyectadas. Se escucha el impacto. Un poco después un eco grave. Si aquella pieza de metal fuera un ser humano habría caído fulminado antes de escuchar nada. La muerte se propaga a mayor velocidad que el sonido.

El disparo de un fusil de largo alcance hace temblar la tierra y levanta una nube de polvo.
El disparo de un fusil de largo alcance hace temblar la tierra y levanta una nube de polvo.

Estos hombres son francotiradores, aunque ahora se les denomina tiradores de precisión dentro del galimatías onomástico propio de los ejércitos. Y tratan de lograr un puesto en el Grupo de Operaciones Especiales. No tienen, para el público, nombre, ni rostro, ni número. No se sabe a dónde van, ni de dónde vienen. Algunos anduvieron por Afganistán y otros están la República Centroafricana. En el patio del cuartel, en uno de esos extraños monumentos dedicados a los héroes, unas cintas con los colores de la bandera española recuerdan a los que están fuera. Estos hombres (hubo una sola mujer, aseguran que muy buena disparando) son capaces de permanecer horas al acecho sin mover un músculo.

Munición del calibre 50
Munición del calibre 50
Uno de los campos de tiros donde realizan prácticas.
Uno de los campos de tiros donde realizan prácticas.

El aire cambia de modo constante, dificulta la precisión de los tiros. Estoy tirado en el suelo a unos centímetros del enorme fusil. Me han dejado unos cascos que neutralizan el estruendo del proyectil. Los soldados calculan y recalculan trayectorias. El sol me entra en los ojos, forma un reflejo semicircular en el objetivo de la cámara, pobre, cubierta de polvo. El tiempo pasa lento en el mundo de los hombres sin rostro. Pienso en el capitán Arseniev y en la cruel enseñanza de Dersu Uzala, cuando el militar reflexiona sobre el hecho de que tal vez han matado a su viejo amigo para robarle el rifle con mira telescópica que le regaló para que pudiera cazar pese a su viste deficiente de anciano. Una voz grita «¡En viento!» y la bala comienza su largo y breve viaje hacia la nada

Un tirador regresa con su fusil al hombro al lugar donde esperan los vehículos. Ha terminado un ejercicio de más de tres horas y ha logrado disparar sin ser visto por los observadores.
Un tirador regresa con su fusil al hombro al lugar donde esperan los vehículos. Ha terminado un ejercicio de más de tres horas y ha logrado disparar sin ser visto por los observadores.
terminología militar se les llama "binomio". Uno dispara y otro es el observador, encargado de hacer los cálculos y las correcciones.
Los tiradores van en pareja, en la terminología militar se les llama «binomio». Uno dispara y otro es el observador, encargado de hacer los cálculos y las correcciones.
El fusil Barrett tiene un alcance de 2.500 metros y una velocidad máxima de 853 metros por segundo. Puede perforar blindajes ligeros y paredes.
El fusil Barrett tiene un alcance de 2.500 metros y una velocidad máxima de 853 metros por segundo. Puede perforar blindajes ligeros y paredes.

El ejército crea escenarios distópicos. Lugares que parecen desiertos, paisajes de otros continentes (África, en especial) por los que deambulan estos hombres sin rostro, cabizbajos, pensativos. En la cantina, ante un plato de arroz amarillo con algo parecido a calamares, una carne con salsa y un trozo de sandía, pregunto a un teniente (el que se encarga de soportar a los periodistas) por el quid de la cuestión. Qué pasa por tu mente cuando una persona, su silueta, queda en el centro de la cruz de tu mira telescópica y acabas con su vida. Qué haces después. Cómo administras el resto de tus días. Remueve la comida y escurre el bulto. Dice que de eso tendría que hablar alguien que lo haya pasado, que en el cuartel hay un equipo de psicólogos que evalúan, en especial, a los tiradores. Y que para eso entrenan, dice. Para que la información «no pase por el cerebro y hagas lo que has practicado». Hemos llegado a la línea roja. Lo siguiente es preguntar qué sentido tienen el ejército y las guerras. Me concentro en cortar mi trozo de sandía. Muchos ojos se fijan en la cámara de fotos que reposa, a mi izquierda, sobre la mesa.

El ghillie es una ropa cubierta o adornada con numerosas tiras de paño, tela de arpillera y de otros materiales naturales. Las tiras varían en longitud y tienen tonos terrosos. El nombre proviene de los árbitros de juegos escoceses, que eran conocidos con el nombre deghillies. Su trabajo era  ser  jueces de juego y guías de caza. Un ghillie trata de evitar ser detectado  hombres y animales y necesita un buen  camuflaje.
El ghillie es una ropa cubierta o adornada con numerosas tiras de paño, tela de arpillera y de otros materiales naturales unidos a la ropa primaria. Las tiras varían en longitud y tienen tonos terrosos. El nombre proviene de los árbitros de juegos escoceses, que eran conocidos con el nombre deghillies. Su trabajo era ser jueces de juego y guías de caza. Un ghillie trata de evitar ser detectado tanto por hombres como animales.

Estos hombres sobreviven en la nada. Se acostumbran al miedo hasta su pérdida. A la soledad de la noche en el bosque. Hablo de eso con uno al que llaman «Popi» mientras caminamos por la montaña árida y caliza. Contamos los pimpollos amarillentos de pino que intentan crecer en este paisaje. Se ve que alguien tuvo una ocurrencia repoblatoria hace un tiempo. La mayoría de estos jóvenes son cazadores e hijos de cazadores. Ahora cargan con los Barret o los Accuracy AW308 como quien lleva un globo lleno de aire. Han visto armas desde niños y han aprendido la soledad del monte en los ojeos y recechos. Estos hombres tienen que vivir con lo que sea, comiendo raíces o animales crudos. Y «cagando en un agujero», puntualiza; es una forma poco elegante pero muy precisa de explicarlo. Él no alberga dudas, es un tipo robusto, de barba corta y arreglada, «cuando llegas el ejército tienes que decidir si quieres mandar o si quieres obedecer (…), yo siempre quise ser un guerrillero».

Un tirador se mueve entre los árboles.
Un tirador se mueve entre los árboles.

Estos tipos no existen. O se llaman «Mudo» o «Candao». Son sus nombres de guerra, a no ser que un día pasen a la historia como el tristemente famoso Chris Kyle, sobre cuyas andanzas va a protagonizar una película Bradley Cooper. Se llamará American Sniper. Se lo cuento a «Candao», pero no me hace mucho caso. Solo una señal con los dedos para avisarme de un disparo. Me tapo los oídos. Apretamos el disparador a la vez y desparecemos entre el polvo.

Una respuesta a «El mundo de los hombres sin rostro»

  1. Impresionante reportaje Txema, las fotografías excelentes. Tiene que ser una pasada ver a esos hombres manejarse sobre el terreno, eso si, para la próxima tendrás que estar 100% seguro de que la mutua te cubra los tímpanos jajajaja un saludo.