El río

WaveBaja el río tan podrido que sobra disertar sobre las aguas cristalinas. Cadáveres, bolsas de basura, botellas vacías, pelucas, mercurio, plomo, políticos. Todo flota sobre la corriente o se hunde en algunos tramos para salir a flote unos kilómetros más abajo, en algún lugar en el que se acumulan restos de otros naufragios, donde se mezclan las mierdas y traban amistades que duran poco o mucho, según el caudal de esa temporada. Ya no queda vida en este ecosistema. Hace años que se vio al último animal agonizante mover las branquias sobre el fango y, desde entonces, sólo desperdicios. Hay quien sostiene que nunca el agua fue transparente, otros defienden las virtudes de las distintas gamas del marrón (hasta llegar al negro absoluto) como prueba de pureza. Hemos llegado a ese punto (como drogadictos desesperados) en el que nos basta con un tanto por ciento de verdad mezclada con veneno, a ese nivel de degradación en el que algo puro nos mataría en apenas unos segundos.

Toda esa mugre que ocupa la superficie del río, que se posa sobre su lecho, que enturbia su cauce hasta transformarlo en una cortina opaca, impermeable a la luz, ejerce sobre nosotros una fascinación letal. Nos quedamos horas sobre el puente viendo pasar ese caudal de mentiras, corruptelas, nepotismos y estafas; escuchando los cantos de sirena de quienes, desde la otra orilla, nos llaman a gritos asegurando que nos hemos equivocado de lugar y que si somos capaces de meter los pies en ese caldo repugnante comprobaremos que no lo es, que éramos víctimas de algún tipo de hechizo maligno, que el mundo real es una lucha en la que hay que ensuciar el alma para lavar el traje. Nos quedamos tanto tiempo que podemos comprobar que a este lado quedamos unos pocos. Tal vez seamos unos imbéciles, pensamos en ocasiones. Que estamos señalados y marcados.

Baja el río tan podrido que ya se ha abierto un debate sobre su misma naturaleza. Y uno, al fondo, propone recalificar unos terrenos, construir un nuevo cauce y llamarlo Ciudad de la Transparencia. Con mayúsculas. Que confieren seriedad.