Siguiendo con la saga de las tranquilas fiestas valencianas llegó el turno de la Tomatina de Buñol. Una fiesta con mucho extranjero pasado de vueltas, lugareños al tanto de la escasez de vestuario, fauna bakala experta en arrancar camisetas ajenas y tonelas de tomates que convierten las calles en una piscina roja.