The end is in the beginning and yet you go on Samuel Beckett. Endgame

Ahora necesito escribir de otro modo. Como si estuviera solo en el mundo y lo hiciera de manera irreflexiva, anatómica, orgánica, violenta.

No puedo dejar de pensar en el niño de la fotografía (se llama Martí y su madre Amaya, son de Bétera. Llega tan alto porque se apoya sobre sus hombros, forman parte de una muixeranga), ese crío que se alza y contempla con seriedad inquisitiva cómo se levantan las voces de miles de personas en una plaza, gritos lamentando la pérdida de un derecho, el de una televisión y una radio en su propia voz, en su lengua, buena o mala. Pero suya. Nuestra. Me fijo en la mirada dilatada del crío, en esas pupilas por las que no se colará el perfil de Babalá.

Intento poner orden a mi memoria; hacer inventario tras el naufragio, de lo perdido y lo salvado. Repaso las imágenes por última vez, al menos por un tiempo. Cerrar una puerta para abrir la siguiente. Aparecen detalles nuevos, rostros que perdí en la velocidad del momento, cuando me temblaban los dedos en el gélido espacio de Burjassot y la batería de la cámara parpadeaba en su última línea de vida, personas a las que abracé, agradecidas por mi presencia. Amigos a los que ví trabajar, espero que no por última vez. Es hermoso servir como testigo, también es una dura misión de guerra, para quienes opinan que solo bajo el silbido de las balas corre la violencia.

Dejo a continuación el final y el principio, la mitad y algún fragmento. Ya sin otro orden que aquel que brota de un montón de tarjetas donde las fotografías duermen un sueño ligero. Y el resto, tal vez sea historia. Es un recuento inverso en el tiempo. Donde doy a guardar como y seguir adelante. Donde creo una carpeta nueva y comienzo un nuevo día. Donde recuerdo aquellas horas increíbles que pasamos juntos.

end 0001 0002 0003 0004 0005 0006 0007 0008 0009 00010 00011 00012 00013 00014 00015 00016 00017 00018   0006   0003 0002 0001

  • 2 diciembre, 2013