La intimidad de la devoción nunca es falsa y la fe, la verdadera fe, es inexplicable. Siento un profundo respeto por esa atmósfera inenarrable de quien pide desde el amor. Qué mas da que sea en un templo o en un rincón de una calle perdida, qué importa que sea ante una imagen o en la oscuridad de una habitación. Hay algo, ese algo que atraviesa la cámara como una luz imperceptible, conmovedor en estos rostros dolidos por males que desconocemos, por ocultos deseos. Hay algo cierto, insondable, en lo que nos reconocemos más allá de los símbolos. Más allá de la terrible sombra de la iglesia.
Las palabras, los significados desaparecen.
Nos quedamos desnudos ante lo que somos cuando nos miramos en el espejo de inocencia que nos han ofrecido, sin querer, quienes se han abandonado al alma, por un momento, silenciando el ruido ensordecedor de las ideas.
Niños por todas partes. Un cierto olor a luz, a esperanza intacta.