La obra de Gertrude Käsebier nos es muy extensa. Una mujer casada, con tres hijos, que comienza a tomar fotografías cuando se acerca a los cuarenta años de edad. Estamos en los años finales del siglo XIX y en los comienzos de la compleja lucha de la fotografía por ser considerada arte, tarea en la que destacó Alfred Stieglitz quien, además, descubrió trabajos fantásticos como el de Käsebier. Sus fotografías son exquisitas, llenas de sensibilidad, de ideales femeninos de la época en los que se mezclan la maternidad, el hogar y una representación de la vida que muchos pueden encontrar almibarada. Pero sobre esta apariencia Käsebier construye historias llenas de fuerza y extrae de la luz, las siluetas y los rostros de los personajes que retrata mucho más de lo que parece. Imágenes como The Manger, con una luz simplemente mágica o The Red Man nos muestran a una artista singular. He elegido para ilustrar estas líneas el que con toda probabilidad es su retrato más conocido, titulado Miss N; una obra de la que poco puede decirse que no exprese ya, un retrato explosivo que conjuga todas las bellezas del espíritu y las de la carne.