Raimundo inventando un blues

Igual que pasa la corriente (*)

In a Manner of speaking
I just want to say
That I could never forget the way
You told me everything
By saying nothing
Winston Tong

1. El silencio

Unas líneas en el suelo plastificado, son rastros de gomas que se resisten a doblar las esquinas. Huele a desinfectante, que habría de ser un aroma a nada y, en cambio, es un espectro inquietante que te come por dentro. Unos cuerpos inertes. Muestras de tejidos. Arranco esta historia en una morgue y un laboratorio. La mujer que limpia la sala de las autopsias me hace el típico chiste sobre la posibilidad de comer en el suelo, o sobre las mesas de acero en las que se diseccionan los cadáveres. A unos metros de allí conozco a una mujer que se pasa la vida viendo corazones de niños muertos y que me enseña un cuarto lleno de cerebros, perfectamente etiquetados por una buena causa. Ella y su compañera son simpáticas, metidas en ese sótano en el que la luz llega resbalando por un patio que precisa de limpieza y en el que a duras penas un par de cactus logra parecer verde. Esta gente, incluyendo un par de tímidas becarias, es la que determina de qué hemos muerto si es que a un juez le interesara saberlo.

Sala de autopsias
Sala de autopsias
Gente que ya no vive aquí
Gente que ya no vive aquí

2. Los repartidores de leches

Mislata. Un lugar pegado a Valencia, un gimnasio atestado de niños que practican kickboxing o algo parecido. Me pierdo con tanto arte marcial y con tanta derivación. Se supone que los tipos a los que vamos a ver son expertos seguidores de las enseñanzas de Ed Parker, un tipo que adiestró a Elvis Presley. Voy preparado para ver a gráciles figuras surcando el cielo mientras sus pies giran a velocidad supersónica y sus dedos de mármol impactan en cuellos de enemigos peligrosos. Me recibe una señora con un bocata y una mochila de las Supernenas; me pide que haga algo con los niños que son muy buenos haciendo no sé qué. Supongo que repartiendo leches. Al fondo, un chaval poblado de tatuajes sube y baja una barra mientras grita. Y dos tipos bajitos y feos, los que cortan el bacalao en esto del kenpo, los que te pueden romper en mil trozos sin pestañerar, que podrían ser cualquier cosa menos peligrosos expertos en artes marciales. Enrique, que es profesor de Psicología, casi me arranca el objetivo con un dedo del pie. Y Javier, abogado de profesión, me lanza la mirada del tigre. Parecen poca cosa. Pero ojo, sólo lo parecen.

Patada voladora
Patada voladora
Javier, en posición
Javier, en posición

3. Hagan juego

Entrar en un casino con una cámara de fotos es como llevar a tu perro al zoo. De modo que, antes de comenzar ya sé que éste va a ser un trabajo elegante y algo frío. O, dicho de otra manera, que voy a tener que hacer lo que pueda en un entorno hostil con los objetivos. Las razones son obvias y las entiendo. Un tipo circunspecto te vigila y dice «un disparo sin que se vean caras» a los que ocupan la mesa mientras les tranquiliza con la frase «no pasa nada, que es un profesional». A ellos no sé, a mi me pone mucho más nervioso. Por el rabillo del ojo, Santiago Cañizares, que fue portero de fútbol y luego comentarista, piloto, famoso a su pesar por cosas de las nuevas tecnologías y apasionado confeso del póker, me mira con cara de pocos amigos mientras una señora terriblemente aburrida decide no participar en la jugada y deja las cartas sobre el tapete con un desdén estudiado. Hago mi foto y me entretengo pidiendo a un chaval vestido de pinguino que me muestre todas sus habilidades con una baraja. Esto resulta más cool que toda esa gente estraña y seria que oculta los ojos tras gafas. Un casino sin Sharon Stone es un lugar triste, porque la sonrisa delata la jugada.

Malabarismos con cartas
Malabarismos con cartas
La mesa de las pasiones
La mesa de las pasiones
Apuestas
Apuestas

4. Rastros de pólvora

Unos tipos aparentemente muy locos abren una caja fuerte y me meten en una habitación llena de armas. Puede que para muchos ese lugar, donde se mezclan el aroma del metal y el de un tipo de aceite en el que se conservan estos trastos, sea un templo. Puede que sientan algo en la entrepierna, pero no es mi caso. Siempre vi en las armas instrumentos destinados a matar con eficacia y no puedo dejar de pensar en ello cuando las tengo cerca. Pero me hallo rodeado de hombres de verdad enamorados de ellas; se saben todos los nombres, calibres y rarezas del arsenal de pistolas, escopetas y rifles que ocupa la habitación. Fuera, en la armería, una bufanda con los colores de la bandera española y un chisme de esos que se pegan en los salpicaderos con la efigie de Franco («Yo conduzco, él me guía» es el lema) me acaban de poner en situación. Vamos, que estoy rodeado de hombres españoles armados hasta los dientes. Después nos dirigimos a un campo de tiro em el que, ante su incredulidad, me niego a hacer uso de un arma de fuego mientras me esmero en inmortalizar el humo que surge del cañón de una Beretta o una hermosa pareja de balas que aguardan su momento de gloria en este mundo de pocas palabras.

Ezequiel dándole gusto al gatillo
Ezequiel dándole gusto al gatillo
Balas
Balas
La estela de la muerte
La estela de la muerte
Dan Wesson Firearms
Dan Wesson Firearms

5. Comerranas

Camino de Alicante. Vamos pisando huevos por la autovía. Parece que va a llover. Conduce Blaya, que fue teclista y productor de Los Inhumanos, y ahora es un hombre de negocios con ramificaciones internacionales. A su lado, Vicente Tormo, guitarrista de Benito Kamelas, un tipo afable que se dedica a lo que ellos llaman rock de barra. En los asientos traseros viajamos Ramón Palomar y yo, que compartimos escasa pasión por los vehículos y nula por la velocidad en carretera. Paramos a tomar algo en uno de esos tugurios de carretera diseñados al efecto y en el que, a tenor de las fotos que adornan el (llamémosle así) friso que asoma sobre la barra, ya hicieron lo mismo otros famosos como Rosa López y Estopa. Vamos a ver a Seguridad Social con Raimundo Amador, Sole Giménez (Presuntos Implicados), Carlos Segarra (Los Rebeldes), Javier Ojeda (Danza Invisible), Carlos Tarque (M-Clan) y Raúl Pulido. Los autores de Chiquilla celebran sus treinta años con la grabación de disco, concierto y fiesta con amigos. Tengo permiso para moverme por donde me dé la gana y lo gasto en pasarme un rato en el camerino de Raimundo mientras inventa unos blues. Luego entra Javier y se pone a cantar en lo que llama inglés inventado (me explica que así es como se interpreta un blues). Al poco se une Carlos Segarra.

Salgo en la imagen grande que ilustra estas líneas, con el pañuelo de lunares que cuelga de mi cámara, pegado a la pared y al espejo del camerino. Me ofrecen un cigarro y lo acepto aunque no fumo. Vuelvo al concierto. José Manuel empieza a cantar Comerranas, esa canción con la que tanto me reí hace años. Sole pasa a mi lado y me sonríe con cierta distancia (mutua) camino del escenario donde cantará una de Nino Bravo. El tiempo se detiene un momento. Y el sonido. Y la lluvia.

José y Raimundo,  al final del concierto
José y Raimundo, al final del concierto
Escenario
Escenario
Posando mientras José y Sole, al fondo, cantan "Un beso y una flor "
Posando mientras José y Sole, al fondo, cantan «Un beso y una flor «
Final
Final
Los zapatos de Raquel
Los zapatos de Raquel

(*) Pasa la vida, igual que pasa la corriente
cuando el río busca el mar
y yo camino indiferente donde me quieran llevar.
Pata Negra
El Blues de la Frontera