Te miran como si fueras un enfermo. En ese sentido. Como a alguien extraño, que hace cosas anormales, imprevisibles. Viven en esa presunta seguridad de la norma, del común denominador. Observas cómo sufen cuando aseguran ser felices, cómo han enterrado sus sueños en un hueco profundo e inaccesible en el que ya no existen sentimientos propios. Viven vidas ajenas hasta el último momento de sus días, hasta el último suspiro. En el que lo darían todo por poder comenzar de nuevo, de otra manera. Hasta ese segundo en el que ya no te consideran un extraño. Hasta esa eterna fracción de tiempo. Cuando ya les resultas familiar. Cuando ya es tarde.