Ser bueno no conlleva recibir un trato bondadoso. Más bien atrae a quienes actúan de forma contraria y conlleva la aceptación de mucho más dolor del necesario.
Si miramos en el fondo del desprecio {de ese desprecio concreto} siempre vemos el corazón podrido de quien causa daño. Aunque su contemplación {la comprensión de lo que su alma no entiende (qué paradoja, sólo conoce el origen del mal quien lo sufre)} no nos libra del castigo sino que multiplica su presencia como sal en una herida.
Es entonces cuando esa persona se acerca a nosotros para acariciarnos. Es en ese momento cuando despreciamos nuestra bondad y una capa viscosa se adhiere a nuestros ojos. Es ese día {o esa secuencia de tiempo} cuando alguien dice envidiar nuestra felicidad. Cuando ya la hemos perdido.