Irving Penn fue alguien tan bueno en lo suyo que, todavía vivo, muchos creían que había muerto. Lo hizo ayer, con 92 años. Y pasó de ese modo a la posteridad en la que ya estaba, en el lugar donde los viven los genios al margen de su estado físico. Las fotos de Penn ya eran historia mientras vivía y ya ocupaban un lugar de honor en los espacios dedicados a los grandes maestros, de modo que aunque para el artista ha sido un gran cambio, el último, poco a nada va a variar en la percepción de quienes se aproximen a su obra.
Irving Penn tiene su parte de culpa de que yo me dedique a la fotografía, de modo que voy a cometer dos osadías: hablar en primera persona y tratar de explicar (asumiendo de entrada el fracaso de las palabras frente a la elocuencia de las fotografías) en qué consiste la grandeza de este hombre. Para ello he elegido una imagen aparentemente sencilla, la fotografía de una mano.
Claro que no se trata de una mano cualquiera. Es la mano izquierda de un genio de la música, el trompetista Miles Davis; un artista que ya se encontraba, como el fotógrafo, en la recta final de su carrera cuando Penn lo retrata para la portada de un disco que lleva por título Tutu. El rostro de Miles aparece iluminado con dramatismo en la portada y resoplando con los ojos cerrados en la contra. Irving hizo cientos de retratos de personajes famosos de todo tipo y siempre logró hallar algo especial en ellos, también lo hizo en este caso.
La imagen que nos ocupa no estaba a la vista (al menos en el vinilo) sino que decoraba la funda de papel del disco. Se trata pues de una pieza secundaria (más lejana de la parte comercial) del encargo y es una muestra de la grandeza de Penn. Una síntesis sencilla de muchas conceptos complejos. Una fotografía de la música, de una nota. El dedo corazón de Miles pulsa el pistón de una trompeta inexistente que todos percibimos, de una nota que suena en el vacío, en el hueco perfecto de una extremidad nacida para sostener un instrumento que ya no necesita, de una palma en la que recorremos la vida turbulenta del música, el desgaste del metal sobre su delicada piel. No se puede decir más con menos. Nadie contó tanto como Penn empleando un sencillo fondo gris.
Es lo que quería explicar respecto a este gran maestro. Un jodido perfeccionista ante cuya obra muchos se sintieron abrumados, que tuvo el don de desaparecer tras la cámara, a pesar de que gran parte de su trabajo estaba relacionado con el mundo de la moda, para que las personas y los objetos se mostraran ante nuestros ojos tal y como son, en su esencia. De la cámara de Penn han salido algunas de las imágenes que nos acompañarán hasta nuestro último día: los maravillosos retratos a Lisa Fonssagrives (modelo con la que se casó en 1950 y de la que enviudó en 1992), el de los niños de Cuzco, el de Picasso, las máscaras, la familia de gitanos, Truman Capote…cada cual puede buscar la suya. Fueron muchos años y miles de fotografías. Casi nadie sabe qué cara tenía Irving, pero casi todos sabrían reconocer una de las que él inmortalizó.