Jesús, qué cruz

Jim Morrison, fotografiado por Joel Brodsky en 1967; dibujo de la crucifixión, Miguel Ángel, 1541 y una foto de Jesús Luz en Interview Magazine.
Jim Morrison, fotografiado por Joel Brodsky en 1967; dibujo de la crucifixión, Miguel Ángel, 1541; y Jesús Luz, el novio de Madonna, retratado por Mikael Jannson para Interview Magazine.

La iconografía religiosa es, para bien o para mal, un recurso fácil cuando se busca llamar la atención. En el último capítulo de ese uso recurrente el último novio de Madonna (una experta, como su propio nombre indica, en el comercio religioso), el modelo brasileño Jesús Luz, anuncia calzoncillos imitando la figura del famoso Cristo Redentor que corona el cerro del Corcovado en Río de Janeiro. Iconos de ida y vuelta que, como la ropa de color con los lavados, van perdiendo perdiendo fuerza pero sirven para alentar el consumo. Lo mismo da cuál sea la mercancía, una imagen poderosa sirve de manera eficaz a los fines del comercio, desde el logro de la vida eterna a unos gayumbos modernos pasando por los grandes éxitos de The Doors.

No se sabe si Joel Brodsky andaba pensando en asuntos religiosos aquel día en que, por encargo de la compañía de discos Elektra, se puso a retratar a Jim Morrison en el esplendor de su belleza en una sesión de fotos a la que se dio el nombre de The Young Lion. Había que promocionar el primer disco del grupo y darle una imagen. La verdad es que el hombre, ayudado por el evidente magnetismo de aquel cantante que sólo lograba superar el miedo a pisar un escenario consumiendo drogas de forma compulsiva, lo logró. Jim se convierte en un Jesús con los brazos abiertos, tal vez sin premeditación porque a él le gustaban mucho las danzas tribales, y esa fotografía pasa a ser, como el Jesucristo crucificado que tras volver de entre los muertos se transforma en símbolo de liberación, un icono con el que identificarse mientras se tararea Light my fire.

La imagen se mantiene, pero el mensaje se degrada. Pasamos de la redención a los calzoncillos, de la salvación de nuestras almas pecadoras a la cuenta corriente del último maromo de la ambición rubia, experta en morenos musculados que den bien mostrando las carnes. Este último Jesús no va a ser torturado hasta la muerte ni va a consumir cocaína para apaciguar sus demonios. La suya es ya una promesa superficial y hueca. Una parodia llamativa para los medios de comunicación, un gancho para mostrar hasta qué punto esta sociedad está dominada por los gimnasios.