Una figura antigua, de seiscientos años, un símbolo asoma a la plaza y los seres quedan boquiabiertos, asombrados bajo la luz cegadora de la fe. Me fascina como espectador el éxtasis del creyente, la oración, las lágrimas, los niños volando sobre las cabezas, convertidos en ofrenda, encomendados al más allá presente en el más aquí. El revoloteo de sotanas, el aroma denso de los perfumes de ancianas. La fe (la confianza absoluta en que el amor está ahí, aunque no puedan verlo todavía) es tan profunda como la ausencia de palabras lo permite. La necesidad de ser salvados bajo el sol cegador de la vida. Reverbera la luz. Se escucha el mantra de la plegaria. Unos se desmayan y otros alcanzan el éxtasis.