Ver de nuevo los dibujos y pinturas de Egon Schiele. Repasar los límites resbaladizos del pantano. Hacer trípticos. El sexo, el cuerpo como objeto (o sujeto). Mi propia identidad. [Tal vez por la aversión que me produce Terry Richardson]. Una exploración femenina del poder del propio cuerpo en la que aparezco. Sin embargo, eso me hace parecerme a él. Es un acto deliberado de exhibicionismo, un mensaje para mis demonios. Aquello que deseamos vive cerca de lo que odiamos. Como decía D.F.W. «La aceptación es por lo general un asunto de cansancio más que de otra cosa». Me interesa aquello que rechazo. La razón por la que lo hago, por la que lo rechazo. Esa orilla resbaladiza de la carne, similar en tacto a la del alma. Donde me miro al espejo como Narciso y no siento vergüenza, donde cambio las palabras y si antes decía defecto ahora escribo circunstancia. Ese fondo recubierto de saliva y finos hilos de cáñamo, al que bajo con la luz de una cerilla que me trajo un amigo de Los Ángeles. Es una caja decorada con el rostro de Tom Waits.
Encuentro en un bolsillo una nota de un viaje. El ticket de un café de Berlín. Donde escribí (o eso creo): «Más que amor necesito verdad».
Hay que ensuciarse para poder estar limpio.
(*) Tomado del poema homónimo de Yves Bonnefoy.