The unidentified body of a man is seen after a raid by U.S. Navy SEAL commandos on the compound where al Qaeda leader Osama bin Laden was killed in Abbottabad, May 2, 2011. Bin Laden was killed in the U.S. special forces assault on the Pakistani compound, then quickly buried at sea, in a dramatic end to the long manhunt for the al Qaeda leader who had been the guiding star of global terrorism. Picture taken May 2, 2011. REUTERS/Stringer

La pistola de juguete

No hay fotografía de Bin Laden muerto. La Casa Blanca considera que mostrar el cadáver puede resultar provocador. Aunque, en realidad, ya no sabemos qué saber y, de ese modo, una foto más o una foto menos solo pueden añadir un gramo de confusión nuestra taza llena de ignorancia. No tenemos el control, ningún tipo de control. No tenemos ojos.

Sabemos (¿sabemos?) que el terrorista ya no vive. Supongamos que es un hecho. La imagen de su rostro sin vida no cambia nada, no modifica los hechos, no altera la realidad. Es una prueba (creamos que sin alterar, sin recrear, sin manipular) innecesaria. Nadie sentará en el banquillo a los secretos soldados que ejecutaron las órdenes. Y menos a quienes las dieron. La ausencia de la fotografía es, incluso, un acto piadoso. Quienes amaron y aman a ese hombre podrán recordarlo con vida. Los asesinos más sanguinarios también tienen familia y la suya posee ahora razones poderosas para creer que, a fin de cuentas, no era muy distinto de sus enemigos.

Pero queremos nuestra dosis de icono. Deseamos ver, exigimos ver. Los reponsables de los medios de comunicación, en nombre de algún derecho sagrado (en realidad poner un gancho en sus portadas y en sus noticieros), reclaman el documento mientras esperan la filtración, el descuido o el cambio de opinión de Obama sobre el trofeo abatido en nombre de la paz cuya cabeza decora sus estancias privadas.

The unidentified body of a man is seen after a raid by U.S. Navy SEAL commandos on the compound where al Qaeda leader Osama bin Laden was killed in Abbottabad, May 2, 2011. Bin Laden was killed in the U.S. special forces assault on the Pakistani compound, then quickly buried at sea, in a dramatic end to the long manhunt for the al Qaeda leader who had been the guiding star of global terrorism. Picture taken May 2, 2011.   REUTERS/Stringer
The unidentified body of a man is seen after a raid by U.S. Navy SEAL commandos on the compound where al Qaeda leader Osama bin Laden was killed in Abbottabad, May 2, 2011. Bin Laden was killed in the U.S. special forces assault on the Pakistani compound, then quickly buried at sea, in a dramatic end to the long manhunt for the al Qaeda leader who had been the guiding star of global terrorism. Picture taken May 2, 2011. REUTERS/Stringer

Después están los otros muertos, claro. Los cadávares anónimos que no es necesario recolectar como recuerdo. Ayer, cuando la agencia Reuters comenzó a facilitar imágenes de algunos de los acompañantes de Bin Laden, me quedé contemplando la que ilustra estas líneas. Y no pude evitar que mis ojos, más allá del orificio de bala que atraviesa la cabeza del hombre, se fijaran en la pistola de jugueta atrapada bajo su hombro derecho. Pensé en algún niño que corría por la habitación jugando a acabar son un enemigo imaginario, en algún crío que habrá perecido y que si vive lo hará para cambiar un arma de plástico por otra de metal. Qué macabro juguete. Gente que no importa, que no es, que se desvanece ante nosotros mientras cambiamos de canal.