Discursos

Los discursos son muy bonitos. No todos, algunos. Existe un modelo, más o menos establecido. Unas palabras que han de ser mezcladas con habilidad y labia para conseguir que el auditorio se derrita y asienta con la cabeza o con lo que sea. Hay tipos especialistas en darle al pico. Vivimos en un mundo especializado. Pero el problema de los discursos comienzan cuando acaban. Porque el rollo ya nos lo conocemos y a la tercera dosis, hasta al azúcar cansa. Hay tipos que te venden hasta el humo. Estamos en plena campaña, con las carreteras llenas de caretos de políticos con pose mística y sonrisa del día del padre por más que tengan pocas habilidades oratorias, o ninguna para ser exactos. La mayoría, para qué engañarnos. Por eso, cuando aparece uno con fluidez ante los micrófonos, llámese Colomer, por poner un ejemplo, la cosa cambia. Aunque es una primera impresión. Y luego es una rasca y gana. Siempre tienes que seguir probando suerte porque el premio no existe. Pasan los años y lo que parecía un mensaje es una matraca insoportable, lo que se asemejaba a una idea es un disco rayado que gira y gira sin producir más que un sonido repetitivo, agotador, vacío. Y todo se iguala.

Porque las palabras no son nada. Ellos, digamos Ricardo Costa, por poner un ejemplo, enchufan el rollo prediseñado y hacen como que se lo creen, lo mismo que nosotros hacemos como que escuchamos, con lo cual ni unos hablan ni los otros oyen, ni a unos les importa ni a otros les interesa. Viven de eso. Y si están los del discurso hueco estarán los del discurso vacío. Está todo tan gastado que ya no cuela, está el diccionario tan estirado que ya no contiene más que silencios y neologismos de consumo rápido con los que ocultan las expresiones que no se pueden decir porque queda fea. Ya no hay mentiras, sino gente que falta a la verdad; ya no existen delincuentes sino señores que faltan a la justicia. Y a este paso, cuando uno se muera habrá faltado a la vida, como ellos faltan a la sinceridad y al sentido del humor. Como faltan a los discursos, que algún día se dedicaron a expresar lo que se piensa y lo que se siente para acabar siendo lo contrario de lo mismo. Pero al revés. Más o menos.