Cada espacio y cada cosa tiene el potencial de almacenar memoria, recuerdos, sensaciones, secretos, historias.
En esencia, todo cuanto tocamos nos recuerda y almacena nuestros recuerdos, como un pendrive intangible, como la tarjeta de la cámara.
El fenómeno se llama impregnación. Basta permanecer 68 segundos en un lugar o un abrazo. Basta tocar algo las suficientes veces o el suficiente tiempo. Pocas personas son conscientes de que sucede o les sucede.
Nos convertimos en casas encantadas, en no-lugares, en territorios de abandono. Y allí donde estamos con nuestro dolor o creemos nuestro refugio, instantáneamente absorbe esa carga emocional
Cuando nos echan lo llamamos desahucio, destierro, exilio, injusticia, absurdo, y el ponerle nombre al agravio no cambia el hecho de que parte de lo que hemos sido queda atrás, transformado en fantasma.
Cuando alguien entre en este lugar en el futuro, o se ocupe con una oficina o con quién sabe qué, el quién sabe dónde de quienes lo habitaron asaltará el alma de quienes transcurran por lo llamado nuevo. Soñarán con los rostros que he fotografiado, tendrán déjá vus, y a veces terror, hambre, ganas de llorar, sin saber por qué.
O vendrán otros para fotografiar lo que ya no está. Y al presentimiento lo llamarán decadencia.
