Crónicas del FIB. Día 2
He cantado, gritado y bailado In the City cientos de veces. Esa canción y otras muchas, casi todas, las que han salido de la cabeza de Paul Weller. Soy fan. Lo soy de muy pocos artistas, de modo que sumido en este FIB de fish and chips, de cantantes de Twinkle twinkle little star, Paul me devuelve algo de confianza en la Humanidad. Porque estos tipos que corean tonadas con vasos en la mano nos han dado también gente como Paul, el cateto chaval de Woking transformado en ejemplo de elegancia, en The Modfather. Weller, con ese pelo semejante a un casco rubio y blanco a la vez. Fue salir él y se iluminó el cielo con rayos, fue dejar de cantar y comenzar a caer agua, un agua loca, salvaje y breve que acompañó un rato a Of Montreal. Aunque yo seguía con Paul en la cabeza mientras me esforzaba por secar la cámara mojada con mi camiseta mojada en un instante en el que todo se mojó menos el oficio de Jake Bugg, que parece poca cosa y canta con mucha soltura temas que me sonaron a rancheras. Porque la realidad es que anoche, después de la tormenta, reinaron Tame Impala y su séquito de seguidores disfrazados del David Gilmour de los setenta y Kasabian, que enfervorecieron a una masa que evaporaba el agua y la cerveza con gritos, en ese amasijo de carne que hace las delicias de los promotores de conciertos. Los mismos de mi adolescencia con Paul y The Jam. Aquellos días en los que aprendimos que cuanto más pequeño es el grano de arena más lejos lo lleva el viento.
Una respuesta a «Paul y la tormenta»
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