De pronto tienen lugar los centenarios y las muertes y los aniversarios, unos comercian con la memoria, otros con los iconos, todos con el recuerdo, como si el año 100 del nacimiento, el 50 de la muerte o el fin último de la estrella de cine, del poeta, de la pintora enferma, como si el orden, la conversión en unidades de medida, la excusa, el remordimiento, la marca, el ritual pudieran devolver a la inmensidad los versos, los cuadros y las imágenes. De pronto te dicen lo que ya sabes como si no lo supieras mientras esta sociedad amodorrada por el tedio del bienestar y el buen rollo quema un día tras otro, pendiente de comprar la entrada porque lo importante es presenciar el espectáculo. Sea cual sea, el que se lleve, el que digan. De pronto nadie se preocupa por enseñar a leer, a pintar, a interpretar, porque el maniqueísmo sin crítica viene en el interior del envase, como si fuera fácil consumir a Neruda, a Kahlo y Brando, como si ellos no se hubieran cagado en nuestra madre de habernos conocido tan ignorantes, tan ciegos de celebraciones que duran sólo hasta la siguiente fecha. Aquello que les resultó odioso nos reconforta, aquello que sufrieron nos divierte, con lo que ellos vieron nos cubrimos los ojos.