Rosa López según Rosa López

Rosa López
Rosa López

Rosa López

Hay un registro de Rosa López en la memoria colectiva.
Una cenicienta de pueblo, elevada al esplendor de un instante de gloria, que después, como todo en este extraño país de apego a lo mediocre, al producto de usar y tirar y al olvido de pez, se dejó a la deriva en cuanto el ojo de los medios dejó de prestarle atención.
También se le dio un aire de My Fair Lady: la estilización y sofisticación de Eliza Doolitle.
Sin embargo, aquella chica con inmensa -aunque poco cultivada- voz de soul, usó los silencios para la persistencia.
Persistió en Rosa López. Persistió en su fidelidad a una esencia que tiene y no tiene que ver con la música. Para ella es ser buena gente. Abrazo cálido y fácil. Ojos profundos y sinceros. Ganas de querer y ser querida. Pero también persistió en las clases de canto, en el amansamiento de una lesión vocal, en el gimnasio y la autodisciplina. Rehizo su sonrisa sin perder la espontaneidad de una conversación con sus paisanos. Sobrevivió a pérdidas y a una cuestionable representación. Creo que ni siquiera se le reconoció habernos dejado en un puesto digno en Eurovisión, teniendo en cuenta el historial de desastres que acumulamos en la última década. Y ahí está, con su peinado nunca tan soul como ahora, ni tan Rosa López como ahora, ni tan cálida como ahora, ni tan esperanzada como ahora.
Definitivamente se nos escapó el increíble talento secundario que posee: la constancia de una visión de sí misma. Una que no es la del marketing musical, una que no es Adéle ni Amy Winehouse. Su mejor momento está por llegar y no es una predicción mía, es inevitable según la lógica del curso que lleva: Rosa López según Rosa López.
Lo escribo con respeto más que con el regusto entrañable de la sesión de fotos.
Respeto no es algo que me inspiren muchos hoy en día.

  • 27 junio, 2012