Savoir faire

Pues ya me dirás de que escribe uno en una jornada como la presente si no es del asunto del voto. No es que la campaña electoral haya sido nada del otro jueves, ni del otro martes. No se sabe si ha sido campaña o paté de ídem. Bah, no se crean, todas las campañas son parecidas o iguales, con  sus insultos y sus escándalos precocinados y envasados al vacío. No se sabe más que lo de siempre, que si hace calorcillo nos perderemos por alguna playa a sestear después de la paella o nos encerraremos a ver la última aventura de Jack Sparrow, que ese si es un personaje con tirón popular y muy político, en realidad, un mentiroso compulsivo, gracioso, juguetón y carnal (por no decir putero y que se ofenda alguien; Disney ya no es lo que era).
Yo no sigo mucho ni las campañas ni los patés, pero me encanta decirles a los demás lo que tienen que hacer. Además, algunos hasta me pagan por ello. Es que son un rollo, pura y llanamente, en el que hace tiempo se perdieron la frescura y eso que los del norte llaman el “savoir faire” y que, básicamente, consiste en  aplicar una serie de conocimientos al desempeño de una tarea concreta. Lo hemos reemplazado por el savoir faire la má, que es nuestra aportación a la cultura universal y cuya definición es una mezcla entre la clásica chapuza de antaño, los pelotazos más o menos elaborados y un discurso tan simple que raya lo prerrománico.
Pero hemos de reflexionar. Hoy es el día. Que es como cualquier día de esos que celebramos a diario, el sin humo, el sin vehículos o el día internacional de los vestidos de flores. No hay más que salir a la calle, se ve a la gente reflexionando por doquier, ultimando los preparativos de una sesuda decisión trascendental, estableciendo los parámetros de una sabia decisión que cambiará el destino del mundo y los hará mejor. No hay más que darse una vuelta o dos. Y observar cómo funciona este asunto con el que tanto nos calientan la cabeza, con el que tanto nos persiguen, con el que quieren que nos sintamos importantes una día cada cuatro años.
Somos flor de veinticuatro horas. Una vez hemos dicho algo, nos meten en el frasco y hasta la próxima.
Y eso sería todo, saludos cordiales.