Sello

seven

Me resulta tan complejo recordar el momento exacto en el que los fotogramas de El Séptimo Sello quedaron grabados en mi retina. Yo era entonces un niño. Podría tener 10 ó 12 años. Nunca la ví como una película sino como una sucesión de poderosas fotografías, como un libro cuyas hojas de desplazan a gran velocidad, como una metáfora, una emoción. Desde aquel día sentí un apego especial y sincero por su autor, lejos de intelectualismos e imposturas.

Ya jugué mi partida contra la muerte y, en contra de lo habitual, salí victorioso. No como se entiende a simple vista. La victoria es la vida y la derrota también. Vi, pegado al televisor, atrapado por esta cinta maravillosa, como la razón, el ajedrez, acaba perdiendo. Creemos, como el Caballero, que el conocimiento nos da una oportunidad. Y erramos. Mover el primer peón no acerca al final y, a lo sumo, lo retrasa.

En mi partida también hubo un tablero y lo rompí. Sólo aceptando que no eres nada eres algo. Y creo que entendí a Bergman por primera vez en su bella visión de lo inevitable. Habían pasado muchos años.

Todo lo que he hecho en mi vida ha sido emocional y lo emocional se lo he entregado a mis películas. Pueden crear emociones para la gente que las ve y recibe. Pero no son mis emociones. A veces, incluso pueden llegar a ser negativas. Lo que detesto es la indiferencia. Cuando conozco a alguien que es indiferente me hace sentirme muy infeliz.

Ser o no ser. Entrevista de Juan Cruz a Ingmar Bergman.