Justo este año en el que me propuse que las falleras mayores de Valencia pisaran la calle, la representación del mundo real, ésta (aunque sea una parte pequeña, en democracia todas las partes son valiosas y respetables) se cuela en la fantasía de las mujeres que se asoman a un balcón y saludan con gesto mecánico para recibir besos y sonrisas. Llegan los abucheos con el crecimiento de los descontentos sociales de todo tipo. Bien es cierto que silban al símbolo, no a la persona. Y también es cierto que es una acción mal dirigida puesto que las falleras no son de este mundo. No sé si son conscientes de esa circunstancia, mucho más subversiva que el simple hecho de llamar la atención sobre tal o cual cosa.
Muchos años lejos de ser una verdadera fiesta popular (sea lo que sea eso) permiten atisbar la fisura causada por una mezcla nociva de utilización política a cambio de unos privilegios excesivos para unos grupos que han asumido, por una vía populista, un poder incuestionable. Como si ser fallero fuera ser sacerdote de un templo sagrado. Quienes me conocen saben de mi absoluto desapego hacia esta o cualquier otra fiesta, del mismo modo que conocen mi más profundo respeto hacia la fotografía y lo que representa. Si tengo una cámara en las manos solo me preocupa mostrar la verdad libre de prejuicios y la dignidad exenta de dobleces. Incluso la de las mujeres que son símbolos tan poderosos.