Tierra quemada

entropía.

(Del gr. ἐντροπία, vuelta, usado en varios sentidos figurados).

1. f. Fís. Magnitud termodinámica que mide la parte no utilizable de la energía contenida en un sistema.
2. f. Fís. Medida del desorden de un sistema. Una masa de una sustancia con sus moléculas regularmente ordenadas, formando un cristal, tiene entropía mucho menor que la misma sustancia en forma de gas con sus moléculas libres y en pleno desorden.
3. f. Inform. Medida de la incertidumbre existente ante un conjunto de mensajes, de los cuales se va a recibir uno solo.

Hay algo que me perturba de ciertos contextos de estrago que alguna vez acogieron luz o fueron para alguien la representación de estar en casa y a salvo: dan la impresión de ser tierra quemada, el yermo tras los caballos de Atila. Envían al cerebro reptiliano mensajes de caos, de lucha o huida. Están cargados de una energía furiosa y rodeados de un campo de fuerza repulsivo.

Las imágenes mantienen un diálogo permanente con las emociones. Son engramas. Códigos. Esos códigos duermen en nuestro interior desde hace eones. El olor a hierro y sangre de una aldea asolada. El calor residual de las brasas, tizne, humo y regusto a ceniza. El pulso comienza a agitarse. El animal que hay en cada uno evalúa las señales para un el atajo hacia la posibilidad más obvia de supervivencia. Enseña los dientes. Transpira. Las pupilas se dilatan. Los sentidos se aguzan. La piel se eriza.

Las palabras no son el lenguaje más acertado. Seguramente porque casi nunca encuentro las adecuadas, cuanto menos halagüeño es el panorama, más me arrastra la urgencia de salir con la cámara. El alma encuentra cierto alivio en llevar ese yugo. El instinto de autopreservación va asociado a entender y sólo puedo entender una vez que he contemplado lo que he visto, detenido en una foto.

Hay muchas maneras de referirse a paisajes como estos o a lo que ha sucedido en ellos:
Devastación. Destrozo. Desgracia. Exterminio. Demolición. Derribo. Escabechina. Tala. Necrosis. Voladura. Vandalismo. Ruina

Pero no es lo mismo una casa devorada por el síndrome de Diógenes (casa tomada) que una casa ocupada por tribus primitivas (casa ocupada). De ningún modo pienso entrar en juicios ni en reflexiones con atisbos de racismo, pero la historia de este lugar es tan sencilla como terrible: por aquí pasó una horda rumana, dispuso del lugar, lo convirtió en un vertedero, bloqueó la acequia y finalmente, todo ardió hasta la ceniza. Crónica estricta, libre de juicios de valor.

Tras el aciago, viene una segunda fase. No dejar piedra sobre piedra. Borrar todo rastro de que alguna vez pasó. Tapar las vergüenzas políticas de quienes se ven superados por el problema de inmigración, delincuencia asociada a estos grupos, insalubridad, prostitución, mafias y droga. Están demasiado entretenidos en el control de daños de propia escombrera que no reconocen los signos de la entropía en los márgenes. La ignoran. Dejan de verla. Niegan su existencia. Una vez consumado lo inevitable, se procede a la purga y demolición: aunque los cristales de las gafas (cuánta ceguera) hagan de lupa y enciendan la yesca, apenas si serán pequeños fuegos superficiales. Aunque el dragón escupa llamas por las fauces, no llegará noticia a la ciudad. Aunque el breviario se pudra lentamente, en este erial no brotarán ni las malas hierbas.

No dejo de pensar en la metáfora que desde tal silencio se arroja sobre los ojos.
Y los ojos me duelen.










2 respuestas a «Tierra quemada»

  1. Querido Txema

    Buenísimas las fotos y el texto las acompaña a la perfección

    love

    Sue