Llueve agua por la mañana y llueven flores por la tarde. Bajo ella, al mediodía, resbala el pueblo y juegan los niños al ritmo de unos tipos vestidos de trogloditas, bajo ellas, a media tarde, pasa la bella y enorme custodia labrada en oro, el aroma de las rosas recorre desde hace siglos las calles estrechas. Unos politicos vestidos de negro miran al cielo húmedo y sacuden de sus chaqués la cubierta de flores muertas. Hace mucho tiempo de todo esto. De esta Valencia pegajosa y hermosa en días así, en los que el paso del tiempo se detiene, donde ves a dioses entrañables de carne y hueso, a águilas, ratones y tortugas, niñas albinas, mulas, bebés, hombres vestidos de león, romanos con gafas, ángeles y demonios, curas y sacristanes, alcaldes, policías y ladrones. Y a ese hombre, como una novia con burka, de blanco, la Moma, representación de la virtud que baila con gracia rodeada de los pecados capitales. Donde se revelan las verdades sobre la vida y la muerte mientras las abuelas se hacen selfies, y huyen los críos de los cubos de agua. Mientras mi cabeza se cubre de pétalos y mis tímpanos del eco de campanas. Donde me encuentro con los espíritus de esta ciudad. De esta Valencia. En días así.