Hacía un calor infernal por las empinadas cuestas de Bomarzo, a donde llegamos buscando el rastro imaginario del duque Pier Francesco Orsini , que se hizo contruir un jardín extravagante para sus correrías amorosas (no imagino otra cosa) y cuya vida fue novelada por Manuel Mujica Laínez, orquestada por Alberto Ginastera y documentada (en lo que toca al parque de los monstruos y el pueblo que lo alberga), por el mismísimo Michelangelo Antonioni. Algo que no evitaba el calor infernal y la luz imposible del agosto italiano. Fue en 2009 y siempre quise guardar las fotos de Bomarzo para escribir unas líneas sobre el simbolismo mágico y decandente que encierra el lugar y todo cuanto lo rodea. Pero han pasado unos cuantos años y mis palabras no han llegado. No solo eso. Compré la novela y ni la he abierto. El otro día la vi en la pila de libros pendientes, enviándome rayos rojos con forma de remordimientos. Entonces pensé en buscar las fotos y, al menos, dejarlas salir de su encierro. Pero en este tiempo ya se habían hecho amigas de imágenes de otros lugares, en especial de una imagen surrealista que hallé en Bolonia, una portería de fútbol de tamaño real clavada en la pared de una antigua casa, y en la que algún dios logró meter gol. Y aquí están. Cinco largos años después.