Amo la fotografía por su fuerza mágica.
Por su capacidad para conmover emocional e intelectualmente se aproxima más a la música que al cine {que no deja de ser una sucesión de imágenes fijas, una ilusión de movimiento que resumimos en una escena estática, aquella que nos atrapa}. Una melodía puede provocar una emoción de belleza (también la del dolor y la devastación) enorme, pero su lenguaje es más difícil de comprender y no contiene reflexiones intelectuales.
La fotografía lo es todo {lo que quiso ser la pintura} {lo que no puede explicar la poesía} {lo que no pueden aventurar los eruditos} {aquello que no pueden ocultar los gobiernos}.
Es la verdad, la revelación, lo no visto. [Al menos como yo la entiendo, sin artificios, sin premeditaciones, sin la asfixiante presencia del fotógrafo que distorsiona los hechos]. Algo que motiva mi absoluta indiferencia respecto al trabajo de muchos que son tenidos por maestros sin que nadie tenga la valentía de desenmascarar sus trampas.
El poder de una verdadera foto es tan grande que puede cambiar vidas. [Por contra, el hecho de que la mayoría de la sociedad sea funcionalmente ciega y admiradora de mediocres imitadores limita su fuerza].
Este trabajo es un ejercicio de fe. Una liberación.
Añado, aunque sea obvia, la aclaración de que no es Richard Avedon un tramposo. Y que ilustra estas líneas como muestra de admiración.