Mis amigos permanecen en silencio. No es un estado de dolor, aunque su ausencia me entristece en ocasiones {o me despierta ese algo nostálgico/genético de los nacidos junto al Atlántico}. Tampoco se trata de un silencio literal, porque aunque tiene lugar una ausencia de sonido ocurre sobre una superficie en la que la comunicación suele no ser verbal. No porque no sea querida, sino porque no es estrictamente necesaria.
Lo que me lleva a comprobar que mis amigos más queridos son aquellos con los que menos hablo [sin que esté todo dicho] [aunque se haya conversado sobre todo, incluso sobre lo prohibido si lo hubiera aunque no es el caso] siendo ellos los únicos con los que siempre me apetece.
Pero esto se refiere al sonido, que no necesitamos aunque nos guste. En este momento en el que todos andamos encerrados en nuestras cosas porque nos va la vida en ello.