Intuyo que a Clara Sánchez la merodean las historias que va a escribir, acechan esperando un momento oportuno, con gesto predatorio.
Seguramente le ponen un arma en la sien, o apuntan a un ser querido, y ella pasa la noche ante el teclado, y la noche puede durar meses, hasta que la historia puede mirarse al espejo. Entonces el secuestro acaba. Pero después ocurren más cosas, como nazis acosadores, o voces que la señalan con el dedo por hurgar en la herida de los niños robados, mientras la televisión sensacionalista obtiene audiencias de escándalo por hacer algo que parece lo mismo, y que al contrario que sus relatos, en nada conduce a la empatía verdadera.
Estamos inmersos en un mundo en el que se confunden los mapas con el territorio y la foto con el suceso, es el pan nuestro de cada día.
Volviendo a Clara, después se corre la voz de que es buena en el arte de pulir espejos en los que la voz puede mirarse, pero también resonar como en espacios de extraordinaria acústica. Tiene un algo de Scheherezade ante el sultán Shahriar, pero inequívocamente contemporáneo. La ansiedad de leerla equivale a la temperatura emocional del presente. Su literatura es urbana, y en algunos momentos distópica, consignada a no-lugares.
Como fotógrafo, no siempre puedo existir para el retratado, porque en cierto modo cada fotografía es en mi experiencia, lo que intuyo que para Clara son sus historias. Debo desaparecer para que aparezca la superficie en la que la realidad se muestra. Sólo algunas veces tengo la suerte de que la cantidad correcta de azogue, presencia o plata y la fugaz intimidad ocurran a la vez…Éste es el caso: pasamos un rato juntos, saqué las fotos, sentí ternura por esta mujer a la que asaltan como a mí, y que ha elegido ser Scheherezade sin renunciar a la ternura, ni a la cercanía, ni a la amabilidad.
Es fácil imaginarla tendiendo su camisa blanca, lavada y secada al sol con jabón de toda la vida en una terraza.
Es raro, y últimamente lo que veo me hace creer que ya no es posible. Esto me hace pensar en cuánto echo de menos que el espejo que alzo esté limpio y también huela a limpio.