Res no em distreu i m´afeixuga tot.
Potser mai un dolor tan persistent
no m’havia colpit.
I què puc fer?
No espero cap prodigi,
cap canvi inesperat i sorprenent.
Del pou se’n surt fent-se malbé les mans
i potser els senti,emts.
Només vivint,
amb tot el risc i tota l’esperança,
reconduïm la vida.La vida, Miquel Martí i Pol
Alguien habría de apiadarse de las mujeres que no quisieron tener hijos. De las que parieron ignorando sus propios deseos, inconscientes, sometidas a aquella sociedad traumatizada por el hambre y por la guerra. Miro a mi madre y me pregunto qué hago en este lugar.
Veo el tiempo transcurrir a través del agua. Ya no me formulo preguntas ni busco respuestas.
Ahora sé que todo surge de pronto, de una manera hermosa u horrible, pasa, circula, fluye como el río de mi infancia en cuyas aguas habitaban temibles cangrejos que mordían mis delicados dedos. Pero tenía que introducir la mano en aquel agujero de fango y sentir el pequeño cuerpo duro y escurridizo. En el hogar del crustáceo, con las pinzas en guardia, habitan las almas a las que tengo que extraer a la luz.
Es este río en el que las mujeres que no quisieron tener hijos bailan y en el que los críos de ahora viven su primer amor inocente.
El sol de agosto sobrevuela la catedral y se mezcla con las pompas de jabón. Los vecinos están de fiesta. Nunca me gustaron. Me recuerdo como ahora, paseando ajeno al bullicio, intentando comprender por qué en medio de esa aparente felicidad siempre me sentí inseguro y desgraciado. Andaba y andaba hasta que no podía más, en esa soledad. Luego, en casa, abría un libro para olvidar las temibles imágenes de las almas muertas.
Cuando era niño no llevaba cámara y no estaba a salvo.
Es este río, aunque podría ser otro. Es una metáfora. De hecho, es pequeño e insignificante.
Es una excusa para caminar junto a mis miedos mientras el viento hace que se froten las hojas y la luz de la tarde cae sobre los escandalosos patos. Intento no pensar en nada y tengo tanta práctica que me quedo sordo y es probable que también un poco tonto. El tranvía hace sonar con estrépito una campana para que aparte mi cuerpo agachado sobre un rail, junto al que circula un escarabajo al que ayudo a pasar al otro lado y a comenzar una nueva vida. Espero que él también haya hecho las paces son su madre y logre llegar a a su destino.
Ahora sé demasiadas cosas sobre las personas, tantas que he de olvidarlas para que no me causen dolor, tantas que aparecen en cada calle, cada esquina, sin remedio, siempre bellas, incluso en el horror del vacío; tantas almas que no puedo esquivar y a las que atravieso como una flecha afilada.
Alguien habría de apiadarse de los hijos que viven sin amor. Pero nadie lo hace. Desfilan por mi retina sus rostros desencajados por el tedio. Creen que la guerra está lejos, en las calles de rotas ciudades que asoman en el televisor. Y no, está dentro. En su interior, también en el mío. Duermen traquilos creyendo que hacen lo correcto, comen lo adecuado, actúan como se espera, dicen lo conveniente. Y de este modo hasta la repetición infinita de la nada.
Parezco un idiota junto a una pecera, fascinado por los brillos de las escamas y el movimiento de las aletas. Se lo parezco a uno que lo es de verdad y comienza a insultarme por tomar fotografías en la calle. Un estúpido borracho de esos que arruinan vidas. Doy media vuelta y sigo, ajeno a esa subespecie de monstruos que van dominando la tierra.
Soy un tipo con suerte rodeado de personas que me quieren. Y lo peor que me puede pasar es que solvente mis dilemas armado hasta los dientes con una cámara.
Una respuesta a «Conversación con las luces del parque y las sombras de la ciudad»
¡Wooooooooow, me has dejado como siempre rendida, hijo te has pasao, aunque debo admitir que tengo algunas favoritas, un gran abrazo
Sue