A Vicent Gamir, con quien pasé muchas horas en la oscuridad
Viajamos en un Daihatsu Cuore que tiene al menos un lustro en cada rueda. El octogenario que lo alquila lo define como «strong».
Rodamos sobre polvo y arena. Nunca llegas a poner la cuarta marcha, apenas la tercera. Cada recodo de este lugar es curvo y quebrado. En ocasiones aparecen casetas con perros adultos y cachorros en medio del camino, atados o sueltos, vigilando no se sabe qué o a quién.
Nos aficionamos al café frappé (en realidad, recuperamos la costumbre perdida) y a ir mendigando alojamientos para no perder el hábito de improvisar. Por eso el equipaje es ligero, espartano. Siempre contemplamos perplejos a los pasajeros que arrastran maletas monstruosas. A cambio, en ocasiones, pernoctamos en algún agujero.
Las playas están llenas de jóvenes que fuman marihuana y beben cerveza. O que simplemente se dejan caer en un colchón.
Los barrancos están poblados por pequeñas tiendas de campaña de las que emergen muchachas que toman el té sentadas en la posición del loto.
Se escucha el oleaje. Se ven las estrellas. Esas cosas importantes.
Los viejos juegan a las cartas, las viejas expurgan las ramas de plantas para hacer infusiones. Viajamos para esto. En realidad permanecemos en la tierra sobre la que hemos caminado, quedamos en ella para siempre.
Una respuesta a «Cuaderno de Ikaria (II)»
[…] Cuaderno de Ikaria (II) de Txema Rodríguez – “Nos aficionamos al café frappé (en realidad, recuperamos la costumbre perdida) y a ir mendigando alojamientos para no perder el hábito de improvisar. Por eso el equipaje es ligero, espartano.” […]