La diferencia entre un gran fotógrafo y alguien que simplemente hace una foto radica en la capacidad para explicar lo inexplicable. Como tal, cuando observamos una fotografía de esas características sabemos que contiene algo especial, con una fuerza equivalente a la dificultad para definir con exactitud de qué se trata. Algo que a menudo han olvidado los teóricos de la imagen, comisarios, galeristas y críticos de todo tipo (embriagados de explicaciones cabalísticas sobre las intenciones de los artistas) es que por muy loables que hayan sido los principios, las fotografías tienen su propia personalidad y se expresan por sus propios medios. Los desastrosos caminos hacia los que las tendencias artísticas contemporáneas han arrastrado a la fotografía tienen más que ver con un esteticismo vacío (también con la promoción de mensajes sin compromiso y sin crítica) que con un conocimiento real de su praxis. En este contexto degradante todo es posible, en especial confundir el medio con el soporte. Supongamos que se considerara todo lo impreso es literatura o todo lo cantado música. En contra de lo que la mayoría cree la entrada de la fotografía en el mundo comercial del arte sólo ha servido para subir de nivel a mediocres camarógrafos que nunca hubieran logrado contar una historia con imágenes en otros entornos (y siguen sin hacerlo, aunque lujosos libros detallen sus andaduras por la senda del tedio).
Alfred Stieglitz es, después de esta larga y tal vez innecesaria introducción. un grande entre los grandes. Y de quien quería hablar, como artista al que admiro profundamente y como referencia (tal vez la más importante) para mi trabajo. Alfred tuvo algo único, un don que algunos poseyeron antes y otros después, y que transforma sus imágenes en hechos excepcionales aunque en apariencia no lo sean. Si observamos, por poner unos ejemplos, fotografías como este retrato de la pintora Georgia O´Keeffe, el gran amor de su vida, o imágenes como A Snapshot: Paris, The Hand of Man o Dirigible asistimos al gran milagro de los grandes fotógrafos, ver donde otros están ciegos, mostrar la verdad; incluso en lo aparentemente simple, el rostro de la mujer amada o la gente andando por la calle. Stieglitz desaparece tras la cámara y a través de sus ojos sentimos la realidad de una forma nueva que nos emociona.
Su obra es enorme y llena de matices porque además fue un pionero en muchas técnicas y estéticas. Merece la pena ver algunas de ellas (aunque sea con las limitaciones que impone la tecnología virtual).
These are photographs that speak about the intoxicating desire Stieglitz felt for O’Keeffe, the allure of her physical presence, and the profound, palpable impact that one person can have on another.
Sarah Greenough
Portraits of Georgia O´Keefe. Victoria and Albert Museum
Stieglitz Collection. George Eastman House
Alfred Stieglitz: De la vanguardia al cuerpo de mujer. Por Marisol Romo.