En el largo camino de las piedras ardientes

Tres niñas juegan en la cima de la ciudad alta de Micenas, en el nordeste de la península del Peloponeso.
→ Tres niñas juegan en la cima de la ciudad alta de Micenas, en el nordeste de la península del Peloponeso.

Atenas es un buen lugar para entender la caída de los hombres.

Hablamos durante el viaje por este país acerca de su propia naturaleza destructiva, de cómo a ojos de un foráneo puede parecer que toda esta ruina es nueva cuando lleva siglos larvándose y dejando cascotes que un día fueron de delicado mármol y hoy son de carne y hueso. Tienen algo en común las piedras y los parias, está prohibido tocarlos. El antiguo esplendor brilla convertido en arquelogía para guiris que se desmayan bajo el cruel sol de la Acrópolis mientras la miseria actual se expande por los barrios destartalados, sucios y ruidosos de la ciudad. Colas de hambre, economía de subsistencia, xenofobia. Esta urbe loca y rota. Los griegos son gente culta y educada (que nadie se equivoque) que parece soportar con dignidad lo mismo que nos tocará sufrir a los españoles en breve. No soy economista. Me interesan sus rostros y en ellos se ve un límite. También un abismo interno, más de dos siglos de maravillosas columnas en descomposición.

Hablamos de lo extraño que es pasear por el futuro del pasado. Cruzar la imponente Puerta de los Leones, que estaba allí ocho siglos antes de que naciera Jesucristo. O contemplar la escultura del auriga de Delfos, con las melancólicas y bellísimas piedras que pueblan la antigua Olimpia, con la expresiva felicidad de los habitantes de Ikaria, la isla con la que sueñan las doloridas almas de aquellos que no ven el mar y no pueden permanecer flotando en su agua pura. Resulta lógico intentar establecer comparaciones y a la vez es inútil porque ellos inventaron nuestras palabras, llegaron a dar nombre a las cosas porque antes no lo tenían; nosotros ya nos expresamos de prestado por medio de sus fantásticas invenciones sobre dioses y montañas.

Tal vez su decadencia no tenga fin. Como el brillo del sol sobre el agua.

Hoy algunas de mis imágenes no están aquí. Se hallan en otro lugar, acompañando una historia contada por ella con su gracia especial para ver el mundo, incluso a mi lado, que me paso el tiempo cámara en mano.

Las que acompañan estas líneas son otra parte de la historia, si es que se puede trocear. Los fotógrafos sabemos lo duro que es elegir entre una y otra, entre una y varias. Muchas se quedan fuera no porque no sean valiosas sino por las convenciones de la escritura, de los medios e incluso del espacio. Siempre ha de haber algo de todo y no demasiado de nada. Aunque eso da igual. Sostengo que la fotografía está más allá del hecho concreto de la existencia de una imagen, vive incluso cuando no se dispara, en ausencia de tecnología. Existen cientos de miles de páginas y de pedantes disertaciones inútiles, vacías, sobre cómo y qué elegir.

Sin caer en la cuenta de que somos nosotros los elegidos.

Un árbol, cerca del teatro de Epidauro
Un árbol, cerca del teatro de Epidauro

Delia entre las hermosas ruinas de Olimpia
Delia entre las hermosas ruinas de Olimpia

Delfos, el centro del mundo
Delfos, el centro del mundo

Una mujer sale de la iglesia del monasterio de la Santísima Trinidad en Meteora
Una mujer sale de la iglesia del monasterio de la Santísima Trinidad en Meteora

Atenas. Espejo de baño tras la ducha.
Atenas. Espejo de baño tras la ducha.

Aeropuerto, falta un trozo de plástico en el cristal y se forma una isla imaginaria.
Aeropuerto, falta un trozo de plástico en el cristal y se forma una isla imaginaria.

Nuestro fiel compañero de comidas en Armenistis.
Nuestro fiel compañero de comidas en Armenistis.

El Partenón. Uno de los símbolos más poderosos del progreso y el conocimiento.
El Partenón. Uno de los símbolos más poderosos del progreso y el conocimiento.

4 respuestas a «En el largo camino de las piedras ardientes»

  1. No es por morbo, pero me gustaría ver los rostros que viste, los del límite, si no es mucho pedir, que podría ser.

  2. Los verás, no te preocupes.

  3. ¿Realmente Txema, Grecia te transmitió esa sensación de oscuridad, un pelín siniestra?
    Como un árbol seco y solitario mostrándose en las penumbras.
    Un besote

    1. No, en absoluto. Es algo que tiene que ver con Atenas o con los núcleos más grandes de población. Aquella tierra es muy hermosa y llena de luz, pero muchos de sus habitantes transmiten una sensación de hastío muy profundo. Algo parecido a lo de España.
      Pero, bueno, son solo impresiones.