El Viernes Santo, en el distrito Marítimo de Valencia, se encuentran por la calle el Cristo del Salvador y del Amparo y el Cristo del Salvador (a secas). Las tallas se parecen, como sus nombres. Son figuras humildes y de largo cabello, que salen de cofradías pobres con aspecto de garajes. No importa. En realidad, la Semana Santa valenciana está lejos de los lujos de otros lugares, incluso de los de la propia ciudad que durante tantos años vivió de espaldas a estas calles hasta que la explosión especulativa del urbanismo hizo que entraran las excavadoras en el Cabanyal. Por aquellas calles destartaladas, algunas rotas por la avaricia, otras por el simple paso del tiempo, por aquellas plazas de gente campechana, van de mano en mano de hombre los dos cristos camino de la playa en la que se reza por aquellos que dejaron su vida entre las aguas. No hay más, es un Jesús que pisa el asfalto para que las mujeres froten en su figura poderosa trozos de tela, pañuelos, bufandas, trapos…es un Jesús llevado por esta gente sencilla que después se viste de nazareno, de romano, de lo que haga falta, y se va a almorzar al bar de plaza sin preocuparse de la lluvia. En este barrio no hay dramas de señoritos. Si cae agua, el Cristo sale cuando escampa. Como cualquier hijo de vecino.