Un enorme suelo de cemento, naves industriales abandonadas, restos de banderolas y vallas publicitarias que anunciaban la próxima construcción de algo, esqueletos de un falso progreso.
A un lado del solar, junto a un par de caravanas convertidas en viviendas fijas cuyos habitantes crían gallinas y cerdos vietnamitas con similar éxito, un contenedor abandonado, una de esas oficinas de ventas en las que probablemente una agradable señorita repartió folletos cantando las bonanzas de tal o cual promoción urbanística de éxito asegurado. Eso fue hace tiempo. Coperfil Group (el nombre que aparece rotulado en un lateral del contenedor) ya no existe, aunque en este solar construyó sin querer una vivienda, el modelo contenedor abandonado, que seguramente no aparecía en sus catálogos. Porque sin luz ni agua y con una puerta mal cerrada por una cuerda sus escasos dieciocho metros cuadrados apenas dan para una cama, un espejo y un montón de mujeres desnudas adornando las paredes. Entre ellas vive, desde hace dos años, el gitano Enrique. Lo encontré un día, mientras decoraba un muro abandonado no muy lejos de allí, una pieza titulada Swimming on the flood que llamó su atención. En un primer momento se acercó a curiosear y después, tras un frustrado intercambio de tabaco, me preguntó si le podría hacer algo chulo para decorar el exterior de su casa.
Enseguida llamé Vinz. A veces hacemos cosas juntos y siempre andamos a la búsqueda de aventuras callejeras. De modo que nos pusimos a pensar. El interior de la caseta está recubierto de páginas de revistas pornográficas por lo que la imaginería de Vinz, repleta de cuerpos, no iba a suponer un obstáculo. Enrique justifica la presencia de tanta mujer desnuda alegando que no tiene televisión. También decidimos incorporar un retrato de Enrique en uno de los laterales pequeños, una forma de darle la propiedad del contenedor, de mostrar a todos que es su hogar. Y no hacer muchas indagaciones sobre su vida, salvo aquello que quisiera contarnos. Anduvo una temporada enfadado porque un periodista había escrito, con su nombre y apellidos, que era un vagabundo.
A veces, no muchas, le he visto con su bici por el barrio de la Fuensanta, pidiendo treinta céntimos a algún conocido para comprar un cigarrillo Fortuna en un kiosko donde los venden sueltos.
Enrique, the gipsy
A huge concrete floor, abandoned industrial warehouses, pennant remains and billboards announcing the upcoming building construction: the skeletons of sham progress.
On one side of the vacant lot, close to a couple of camp trailers turned into permanent homes, whose residents keep hens and Vietnamese pigs with similar success, a trashed container, a sales office where a pleasant stewardess once handed out information leaflets promoting the any amount of goodies offered by an urban promotion of certain boom. That was long ago. Coperfiel Group (the name that appears in the labeling on the side of the container) no longer exists, even though it actually built a home here, unknowingly: the “Abandoned Container Show House”, which most likely never appeared on their catalogs, as not even a low cost housing would make it, given the meager 18 square meters where only a bed, a mirror, a door hardly tied with a piece of rope and a bunch of adult magazine centerfolds on the walls can barely fit. Enrique, the gipsy, lives among these few belongings and the quiet company of paper nude beauties since two years ago. We met not far from there, when I was working on a piece of urban street art titled ‘Swimming on the flood’. It caught his attention. First, he loitered around, prying at a distance, then he boldly asked me do decorate the exterior of his ‘house’ with something ‘cool’.
I called Vinz right away. We sometimes collaborate and we are always hunting for new street art adventures. So we put our brains to spin. The interiors of the hut is covered by porn, so Vinz’s imagery, often full of nudes wouldn’t be an obstacle. Enrique justifies the plethora of naked women to his lack of television. We also decided to add a portrait of him to one of the narrow laterals, to make it a sign of property, to show everyone that the hut belongs to him and not to put our nose in his business, unless it was his own initiative to tell us. He still holds a grudge against a journalist who dared to write in an article that he is homeless when he obviously isn’t.
A few times I’ve stumbled upon him, riding his bicycle, in the Fuensanta neighbourhood, stopping bystanders to gather the 30 cents that costs a cigarette in a newspaper kiosk where they are sold unpacked.
3 respuestas a «La nueva casa del gitano Enrique»
[…] La nueva casa del gitano Enrique […]
[…] in what are sometimes nightmarish splicings of naked women and bird’s heads. In fact, here is a project that’s just been posted on his Facebook today. No stranger to the press, one of […]
Os ha quedado muy bien.