Sólo una pequeña cascada,
pero su sonido
refresca la noche
Kobayashi Issa
Se unen lo nuevo y lo viejo. O en realidad nunca se separan. Alguien quema los restos de la poda y una ceniza breve cae sobre el patio de la casa de Eusebio, pegado a la carretera que viene de Sueca. Y charlamos en la pequeña sala sobre una pila de recortes amarillos y de hermosas fotos de antiguos héroes de la pelota que jugaban casi con las manos desnudas. Tiene 75 años pero no lo parece. Y fue uno de los grandes, injustamente olvidado en este humilde mundo que recorro en busca de verdades. Pepe, el Xatet de Carlet, me cuenta las dificultades que afrontaba su padre para jugar. Y algunas de las que también pasó él. Y me habla de Rovellet y de Eusebio y de Juliet, que ya viajó al otro olimpo. Y no puedo evitar pensar en ese vínculo cuando veo a Pere Roc II, que se llama Rodrigo, alzar los brazos en señal de victoria con el nombre su abuelo. Qué homenaje tan hermoso, ponerte el nombre de aquel que te metió la pasión en el cuerpo. Y ganar por él. Por el viejo. Formar parte de este minúsculo lugar del espacio en el que los mayores repasan su recuerdos con el mismo amor que los jóvenes en honrar su memoria.