Tomó el pincel y lo introdujo en el bote.
Extrajo el mástil chorreante y pensó en Pollock regando el cadáver de una mujer.
Gotas tibias sobre el cuerpo desnudo. Candelabros que arrancan el brillo a islas perdidas.
Trazó una línea grisácea y el mundo se partió en dos.
Universos desconocidos.
A través de la ventana la rubia lánguida iniciaba su baño. Era una escena de película predemocrática. Vecino caliente y vecina cachonda.
Después soñó con el pintor y con un doctor negro que recetaba un reconstituyente hemopoyético clásico y moderno contra el agotamiento y la astemia mientras se beneficiaba a la rubia.
Pasaron treinta años.