El reportaje del número de marzo de Vanity Fair, catorce páginas, sobre los príncipes arranca diciendo en su segunda línea «si hemos hablado con ellos (…) no podemos contarlo». Frase que ya nos muestra que esto va a ser un quiero y no puedo. Aunque se presente como una investigación que trata de mostrarnos a Felipe y Letizia como «más cercanos que nunca» (suponemos que se refieren a la revista) y en la que los entrecomillados son del tipo «reconocen en Zarzuela», «cuenta una amiga muy cercana» e incluso «hay quien avisa» junto a respuestas a preguntas formuladas a Luis María Ansón, Pablo de Grecia, el historiador Luis Suárez o Gregorio Peces-Barba quien, por cierto, asegura que habló mucho con Felipe de Borbón «cuando estaba con los líos de la noruega (Eva Sannum) (…). Le dije que buscara a alguien que nunca pensase en divorcios, ni en nada de eso». Cualquiera diría que han buscado para la exclusiva que no se puede contar a sus peores enemigos (el artículo está firmado por Andrés Aguayo y Eva Lamarca). Quien quiera entrar en las profundidades del texto puede hacerlo y seguro que encontrará joyas similares, del mismo modo que podrá juzgar si la portada y el interior tienen algo que ver. O si el asunto da para tanto revuelo.
Las fotografías, tomadas por Nick Danzinger, un profesional de probada solvencia y de marcado gusto por los reportajes de actualidad, evidencian que no ha podido profundizar en el día a día, en la proximidad que promete Vanity, como hiciera en magníficos trabajos del tipo Blair at war. De hecho, todas las imágenes parecen estar tomadas el mismo día, en una cena de gala ofrecida en honor al presidente de Vietnam (no es que se trate de un evento de especial glamour), aunque en el sumario de la revista podemos encontrar a Danzinger explicando que estuvo varios días (sin precisar cuántos) pululando por palacio y quejándose del estricto control al que fue sometido. Viendo el resultado del trabajo resulta obvio que no pudo moverse con facilidad y, como sabemos que es un buen profesional, hemos de creer que el pobre resultado final obedece al encorsetado modo de acercarse a las imágenes de los protagonistas del reportaje a quienes nos presentan, recordemos, como personas cercanas. Con razón dice Danzinger que «sería más sencillo recorrer la distancia entre el Palacio Real y el del Pardo haciendo equilibrios en la cuerda floja». Trajes de gala, poses oficiales, lujosos salones, estudiadas iluminaciones y, en especial, porque en el fondo ella es la gran excusa para este tema, un cuidado retrato de Letizia Ortiz. Un primer plano con muy poca profundidad de campo y una luz muy suave y pictórica, una expresión ausente y de calculada melancolía. Pero nada de proximidad, soltura o atisbos de que estos personajes puedan llevar una vida semejante en algo a la de sus súbditos. Vemos exactamente lo contrario. Que su mundo es exclusivo, distante, emperifollado y falso. Y que la princesa está muy cerca de la huérfana Becky que logra alcanzar la cima social en la novela de William Makepeace Thackeray.
Casualidades de la vida. Justo cuando el príncipe Guillermo de Inglaterra se deja fotografiar por Jeff Hubbard, un ex drogadicto, en exclusiva para el Hola de las islas (dicen que para fines benéficos) y con polémica por el presumible retoque del reportaje. Polo, vaqueros, pose desenfadada y cabello sospechosamente negro. La suya, como la de sus colegas españoles, es una lucha de apariencias. Ni uno ni otros logran parecer lo que no son.
Una respuesta a «Vanity Fair y el extraño cuento de los príncipes cercanos»
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