La cualidad de esta mujer es su proximidad. Puede ser alguien de tu familia. Hay algo en ella tan callado, tan sensato, tan recto. De modo que esa cercanía resulta ser un amor en el que se funden el pensamiento y la acción, de manera que junto a Adela Cortina tienes la certeza de la sinceridad, de que el frasco contiene lo que anuncia la etiqueta. Piensas en lo fascinante que sería que todas las mujeres pudieran serlo como ella, en aquel sentido filosófico (Parménides) en el que ser y tener vienen a ser lo mismo. Pero esto no es suficiente, no basta. Porque hay que contar que ella es importante y que es ella. No él. No se trata de un tipo de esos que tienen a alguien fregando y limpiando los mocos de los críos mientras trabajan en sus cosas. Intento verla sin ser lo que Héctor G. Barnés llama, con gran acierto, un macho extractivo.
Para ello, por ejemplo, puedo hacer una lista rápida de nombres. Los nombres importan y ayudan a corregir los sesgos: Hipatia, Simone de Beauvoir, Hannah Arendt, Mary Wollstonecraft, Simone Weil, Ayn Rand, Diotima de Mantinea, Judith Butler, Aspasia de Mileto, Iris Murdoch, Martha Nussbaum, Téano, Luce Irigaray, Sor Juana Inés de la Cruz, Charlotte Perkins, George Eliot, Alia Al- Saji, Lou Andreas Salomé (sin ella Nietzsche, Rilke, Freud y otros no hubieran sido nada), Helene Cixous, Julia Kristeva…
Tengo unos cuantos libros de Adela. Aunque no soy kantiano -que no sé si es mucho decir para un fotógrafo porque se supone que somos ágrafos y de áridas neuronas- sino un curioso de los discursos filosóficos; vistos desde mi caos de lector. Y con eso solo digo que proceso mejor las mezclas que las purezas. Por eso puedo leerla a ella mezclando sus palabras con las de Bolaño, Casanova, Foster Wallace, Woolf, Wittgenstein y Parménides, lo cual no es un mérito sino una maldición, solo hay dos mujeres en mi mesita de noche; aunque en mi descargo en otras temporadas han sido mayoría. De las lecturas obtengo una especie de empanada de ideas con la que luego salgo a dar largos paseos y que de alguna manera pasan a las fotografías, en una suerte de misterio que transforma el pensamiento en algo tangible. Pero todo esto solo resulta de interés para mi. Lo importante es que en un momento dado, al otro lado del objetivo, aparece ella. E intento mostrar a todas las mujeres, a las que nombré y a las que no. Y me gustaría poder decir algo, de estas cosas o de otras, pero el tiempo nos conduce a golpes y hay que resumirlo todo en un veloz flashback, en tres imágenes que me agradan; en especial esa en la que se ve a Adela tras el cristal con el reflejo negro de mi sombra y un rayo de luz blanca que brota de su boca.