Se sitúa en el borde del banco con su hermoso sari azul. Cruza las manos envolviendo el cuerpo.
Es la belleza de una bondad milenaria, la presencia de quien está en esta tierra para redimir con amor eficaz y silencioso. Me pregunta qué edad tengo. Se alegra por mi larga experiencia. Se llama Indira Ranamagar y nació pobre en Nepal. Aprendió a leer dibujando las letras con un palo en el suelo. La he imaginado haciéndolo. Envuelto en su mirada. Está llena de luz y de silencio. La he visto trazando signos en la tierra con la misma fortaleza con la que asiste a los hijos de los presos a los que dedica su vida.
Para acompañar, con su honda mirada como herramienta, con una ferocidad tierna.
Alma que todo lo incluye y todo lo aprecia.
Luz que abraza.
A millones de kilómetros del planeta selfie. En un lugar donde explicar, si se puede, cómo brilla la belleza si se sabe mirar.