Reverso*

* Historias breves construidas a partir de unas fotografías que compré el otro día en el rastro de Valencia y que, por supuesto, nada tienen que ver con las vidas reales de los protagonistas a los que, también por supuesto, no conozco. Aunque aprecio desde la distancia (estén vivos o no) y cuyas vidas reales retiré de la exposición al público en un acto incalificable de fascinación por las imágenes y del que me declaro culpable.

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La roca caliente me quemaba la piel pero mamá se empeñó en que nos sentáramos en ella. Ese día estaba enfadada. No recuerdo ahora la razón ni el lugar. Puede que fuera cerca de la laguna negra, a finales de agosto. Tal vez. Porque luego Clara se puso enferma y sólo volvimos al pueblo para una misa. Don Fernando colocó la foto en el altar y me daban miedo el humo y los rostros de aquellos desconocidos. Hablaban del cielo y del paraíso, de la bondad. Me tocaban la cara y me daban besos. Tu hermana te cuidará siempre, como en esa foto tan bonita. Aquel día no me quise quitar el sombrero y papá protestó porque con la sombra no se me vería la cara. Con esa sonrisa tan hermosa, tan pequeña. La piedra. La mano sudorosa de Clara. Y luego ese vacío como de agua oscura.
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La enfermedad mayor es creer que el amor va a venir como consecuencia de sufrir más que nadie.

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Querido Ramón. Me dijo Amparo que en marzo vienes y que vaya frío habéis pasado en la fábrica. También me contó que estás contento y que te gusta Düsseldorf (tuve que mirar en el libro del tío cómo se escribía con esa cosa rara encima de la u, espero que esté bien). Tengo ganas de verte, de que llegue marzo y puedas venir. Me hizo Jesús la foto el otro día, después de la misa. Dijo que estoy muy guapa. Me puse el medallón que me regalaste. Detrás está el abuelo, qué casualidad ¿eh?. Aunque le veas así está bien, sólo es que tuvo un achuchón, ya sabes que está delicado. Cuídate mucho. Leonor.

 

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Hubo momentos, ya sabes. Algo de esplendor. Al mostrar la carne aquellos gallineros de pueblo atronaban como un circo romano. Tantos ojos fijos en tu piel, tantos tipos solitarios y tristes. Tampoco te voy a engañar, ni era la más guapa ni la mejor cantante. Pero tampoco era el Folies Bergère. Y allí me enamoré de Rosita, aunque nunca se supo, porque no se podía saber y andábamos a escondidas. Era útil ser artista para esas cosas. Aunque cantaras que esperabas fumando a un hombre.

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Alicia no soportaba a aquel capullo. Yo tampoco. Está mal que lo diga, pensaréis; hablar así de un padre. De aquel payaso inchiquito. Si, no era violento ni maleducado ni olía mal. Claro. Pero el idiota siempre se reía a nuestra costa. El rey de las fiestas, el marido ideal –ay Alicia qué envidia un hombre así- que nunca tuvo un beso ni un abrazo. Por eso ella es Alicia y no mamá. Nos hicimos duros contra el frío de aquel narcisista chisposo. Qué divertido es Pepe, hija. Qué controlador y orgulloso, eso no se sabía.  Y mentiroso, esa maraña de trolas encadenadas ¿eh Alicia?. Qué alegría cuando lo pillé con su amiga en el portal y corrí a contártelo. Y empezaste a romper todas sus fotos y casi rasgas ésta, que la ibas a dejar porque te veías guapa. ¡Y tú estabas tan gracioso con el cigarro!

También podría ser la historia de un hombre recordando el último día con su padre antes de desaparecer del mapa para siempre, justo después de que su médico le diera el diagnóstico de enfisema y le dijera que de no dejar de fumar moriría en seis meses. Pensando en todo esto de camino a casa, con su mujer, cansado de subir los dos escalones del autobús.

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Anabel, María y Juan en la playa de la Caleta, 1945. Consternación entre los vecinos tras la muerte de María tras su paso por el programa de Telecinco Hay una cosa que te quiero decir, al que acudió en busca de Juan, al que no veía desde que eran jóvenes y que con el tiempo se casó con Anabel. En este popular show la anciana, bastante enferma, expresó su deseo de poder decirle a Juan que no había dejado de quererle con el paso del tiempo y que aún mantenía frescos en su memoria los momentos que vivieron juntos. Un testimonio emotivo y lleno de lágrimas que hizo que el hombre confesara, entre sollozos, que también sentía lo mismo pero nunca había reunido valor para decírselo a Anabel (que se encontraba entre los espectadores), a la que no quería lastimar. Los octogenarios abandonaron el plató con aparente normalidad tras haber resuelto la tensión de este antiguo triángulo pero, a la salida de los estudios, Anabel se abalanzó sobre María y la empujó por las escaleras con tan mala fortuna que se fracturó el cráneo.

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A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante. Oscar Wilde.